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EL RUISEÑOR

  A DON JOSÉ SELGAS, CON MOTIVO DE LA MUERTE DE SUS HIJAS

Temblando de casto amor,
Un día, el aura galana,
Llevó a una tierra lejana
Los cantos de un ruiseñor.

Allí una ave muy oscura,
Escuchando esos cantares,
Sufría con sus pesares,
Gozaba con su ventura.

Y hasta sus propios dolores
Olvidaba, en su contento,
Por escuchar el acento
De aquel cantor de las flores.

Después, con fiero rugido
Los huracanes bramaron,
Y al ave oscura arrojaron
De su humilde caro nido;

Y atravesando los mares,
Herida acaso de muerte,
La trajo un día su suerte
A orillas del Manzanares.

Allí a su cantor buscaba
Para escucharle mejor;
¡Pero el pobre ruiseñor
En vez de cantar, lloraba!

Porque del nido de flores
Que formara con afán
Le arrebató el huracán
El fruto de sus amores.

Y era su dolor tan santo,
Tan justo, tan sin consuelo,
Que el ave oscura en su duelo
Hasta le ocultó su llanto.

Y, no sabiendo cantar,
Le dijo al aura más pura:
¡Decidle que, en su amargura,
Yo le acompaño a llorar!

Madrid, 3 de noviembre de 1861.

autógrafo

Guillermo Blest Gana


«Armonías» (1884)

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