CALMA EN LA TARDE
Mi alma en los balcones vespertinos
y en ellos recostada tiernamente,
escucha regresar la obrera gente,
huir la luz y enmudecer los trinos.
Todo está en paz como los altos pinos.
Pero es la calma herida y renaciente
de un mundo que sangró desde la frente
hasta los pies por todos los caminos.
Allá en la oscuridad quedan ciudades
también heridas en las mocedades
de sus hombros hermosos, y las huellas
que en los arcos domésticos y muros
dejaron los arcángeles oscuros,
al disparar sus trágicas centellas.
Germán Pardo García