EL ARA
Jamás tuvo la luz tanta blancura,
como esta paz cuyo fervor estivo
doró la mies que en el silencio activo,
las presencias del júbilo apresura.
Fermenta en su virtud la levadura
del nuevo pan, que resurrecto y vivo,
se ofrecerá a los hombres en el divo
manjar en que el amor se transfigura.
Por recibirlo, la desnuda mesa
cubre su ser de majestad ilesa.
El aire en su redor fulge y aclara,
y en una oculta palidez divina,
la potestad del corazón se inclina,
como ante el sacro resplandor de un ara.
Germán Pardo García