¡TREINTA AÑOS!
¡Treinta años! ¿Quién me diría
que tuviese, al cabo de ellos,
si no blancos mis cabellos,
el alma apagada y fría?
Un día tras otro día
mi existencia han consumido,
y hoy, asombrado, aturdido,
mi memoria se derrama
por el ancho panorama
de los años que he vivido.
Y aparecen ante mi
fugitivas y ligeras,
las venturosas quimeras
que desvanecerse vi:
la inocencia que perdí,
y aquel vago sentimiento
que animó mi pensamiento
cuando eran mis alegrías
las mágicas armonías
del mar, del bosque y del viento.
Han sido para mi daño,
en la vida que disfruto,
un siglo cada minuto,
una eternidad cada año.
El dolor y el desengaño
forman parte de mí mismo,
y el torpe materialismo
de esta edad indiferente,
cubre de sombras mi frente
y abre a mis pies un abismo.
Sacude el mar su melena
de crespas olas, rugiendo,
y con pavoroso estruendo
los aires asorda y llena.
Pero una playa de arena,
su audaz cólera contiene...
¡Ay! ¿Quién habrá que refrene
el tormentoso oceano
que en el pensamiento humano
ni fondo ni orillas tiene?
¡La razón!... Tanto se encumbra,
tan locamente camina,
que ya no es luz que ilumina
sino hoguera que deslumbra.
Al horror nos acostumbra,
siembra de ruinas el suelo,
y en su inextinguible anhelo
álzase hasta Dios atea
con la sacrilega idea
de derribarle del Cielo.
He visto tronos volcados,
instituciones caídas
y, tras recias sacudidas,
pueblos y reyes cansados.
Propios y ajenos cuidados
muévenme continua guerra,
y mi espíritu se aterra
cuando, perdida la calma,
siento rugir en el alma
la tempestad de la tierra.
Cuando pienso en lo que fui,
hondas heridas renuevo,
y me parece que llevo
la muerte dentro de mí.
No veo lo que antes vi,
no siento lo que he sentido,
no responde ni un latido
del corazón si a él acudo,
llamo al Cielo, y está mudo,
busco mi fe y la he perdido.
Infeliz generación
que vas, con loco ardimiento,
nutriendo tu entendimiento
a expensas del corazón,
dime: ¿no es cierto que son
vivas tus penas y ardientes?
¿No es verdad que te arrepientes
presa de terrores graves,
de los misterios que sabes
y de las dudas que sientes?
¡Yo sí! Feliz si lograra,
después de mis desengaños,
lanzar hacia atrás los años
que el destino me depara.
Pero ¡ay! el tiempo no para
ni tuerce su curso el río,
ni vuelve al nido vacío
el ave muerta en la selva,
¡ni quiere el cielo que vuelva
la esperanza al pecho mío!
4 de agosto de 1864.
Gaspar Núñez de Arce