EN EL ÁLBUM DE LA SEÑORITA MARÍA JOSEFA ARGÁEZ
Si he perdido, señora, el dulce encanto
De los años primeros de ilusión,
¿Qué te puedo ofrecer en mi quebranto?
Ya que no puedo consagrarte un canto,
Recibe mi sincera admiración.
Ya no puedo cantar... Escucha: un día
La corriente siguiendo al Medellín,
Pobre niño, inocente todavía,
Halléme en medio de arboleda umbría
Que encerraba en su círculo un jardín.
En el jardín entré: la fresca rosa
Sobre su tallo se elevaba allí;
Y la violeta tímida y hermosa
Inclinaba su frente ruborosa
A la sombra del nardo y del jazmín.
Y mil flores y mil que allí se abrían
Al rayo oblicuo del naciente sol,
Blandamente en sus tallos se mecían,
Y sus dulces aromas esparcían
Al soplo del ambiente juguetón.
Y allí un arroyo limpio serpeando
Arrastraba sus ondas con rumor,
Ora la yerba de agua salpicando,
Ora en su orilla retozón besando
La descuidada y aromosa flor.
Y mil aves allí, rico tesoro
Que por los aires derramó el Creador,
Daban al viento en delicioso coro
El tornasol de su plumaje de oro
Y el dulce canto de su dulce amor.
Y el susurro del aura entre las flores,
Del arroyo el constante murmurar,
Del jardín el perfume y los colores,
Y el cantar de las aves sus amores,
¡Cuánto me hicieron con placer gozar!
Mas los años pasaron, y hoy al verte
Quise entonar un himno a tu beldad;
Quise un canto magnífico ofrecerte,
Un canto que librara de la muerte
Tu memoria, mi nombre y mi amistad.
Y quise que mi voz su voz robara
A las aves dulcísimas que oí;
Que del arroyo el murmurar copiara
Y el susurro del céfiro imitara
Cuando juega en las flores el pensil.
Al punto mismo dirigíme ansioso
El pecho ardiente rebosando en gozo,
A buscar el paraje delicioso
Donde otro tiempo descubrí el jardín.
Empero en vano le busqué: mis ojos
Sólo hallaron inmensa soledad,
Sólo quedaban del jardín despojos,
Y en lugar de las flores hallé abrojos
En el ancho y estéril arenal.
Mis esperanzas al mirar perdidas,
De mis manos la lira se escapó;
Sus tristes cuerdas por el llanto heridas
Parecían decirme entristecidas
Con moribundo y destemplado son:
«Si ya ha pasado para ti el encanto
De los años primeros de ilusión
¿Qué darás a una bella en su quebranto?
Ya que no puedes consagrarle un canto,
Ofrécela tu humilde admiración».
1856
Gregorio Gutiérrez González