VIDA
A Jesús Hilario Tundidor
Canté el dolor, llorando la alegría.
Gabriel Bocángel
Con una rosa en la mano paseas y ves
del sol el sol y del pueblo sus montañas;
y del río que corre el agua que lleva
tras los juncos de tu infancia:
naces a la vida y un mayo florece
y tu padre en la escuela el tejado echaba.
Y te alejas de la página,
de la palabra no escrita;
del tiempo y de su espacio,
de la espera del signo.
Y por huir huyes de la huida:
del silencio y de su sombra,
por ruinas y conventos.
Amanecer
Amanece cada día,
temprano, y el alma
al frío oscuro,
de los más frágiles;
en el umbral, siempre,
en contenida sombra,
la caricia de sus labios.
Busco de la tarde los destellos,
del quiebro de su sonrisa
y cristal herido por su luz
cortejo el mar. Eco de celo.
El fulgor de sus ojos quiero.
La memoria del dolor y su vértigo,
para contemplar el asombro.
Y la vida duele,
en su oscura mirada,
Cuando nieve
derramaba noviembre,
en el parque donde jugábamos
al mediodía.
Olvido
En el olvido siempre
la más tímida página,
que vuela lejos,
tras el eco de los poetas.
Fluye el invierno,
no la poesía;
nievan susurros;
por la noche,
alrededor del fuego.
En el hogar,
la voz es caricia.
Fija la distancia la memoria,
los anhelos heridos,
las lágrimas,
el frío soneto de la tarde.
Pero, tras la palabra tú,
ahí, sin más, espejo,
en desnudez de cuerpos
con la vida.
Enrique Villagrasa González