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EL OTOÑO DEBÍA SER ESTO, PERO CONTIGO

No es el frío
el que me hace acordarme de ti,
y viceversa,
ya no sé
si es por ti por quien tirito
o si acaso es el recuerdo
de tu boca
lo más parecido al deshielo
que he sufrido
—mi boca está llena de cenizas
desde que no te beso—,
ya sabes que tú fuiste todo lo que venía después
de aquello que aun no había llegado,
una especie de tristeza lejana
que habitaba al otro lado
y que elegí frente a todas las sonrisas
—o quizá me eligió ella a mí—,
un carnaval de verbos
en distintos idiomas
que perdían la ropa cuando coincidían,
pero nuestra gracia era esa:
no coincidir
para que querernos fuera aun más arriesgado,
imposible,
y que así el éxito compensara las derrotas,
es decir,
todas las noches que no te besé.

Ahora se cuela una luz por mi persiana
que no acompaña a tu piel
y se traspapela con un puñado de bostezos
que lo único que tienen de ti es el sueño que les robas,
y yo me escapo de esa batalla
y pienso que lo único que me faltó por hacer
fue besarte por dentro de mi jersey
—me sobran las excusas
cuando se trata de tenerte cerca—,
follarte después de desayunar
para que se quedara en mi nariz
el olor a café de mi lengua en tus pezones,
llorar juntas por algún sinmotivo
para llevar la contraria a todos aquellos
que rechazan las lágrimas
—nunca han visto a una mujer
masturbarse—
y después bailar,
una última vez,
un último baile,
leerte algún poema para dormirte
y escribirlo cuando lo hagas,
bajar al infierno los domingos
y gritarles a todos que la pornografía
también es romanticismo
y prometerte en bajito
con la espalda llena de balazos
que esta noche irá sin cargos,

enseñarte el sonido de nuestros nombres
una tarde cualquiera en una calle cualquiera
de una ciudad cualquiera
y que les den a los mortales

llevarte alguna noche a casa
abrazada por la espalda
y darte por fin la paz que tanto clamas
y contra la que tanto luchas.

A veces pienso que lo que me faltó
fue declararte la guerra,
contemplar cómo te manejas con la ropa puesta
y el corazón desnudo,
retarte
en vez de salvarte,
reclamarte y exigirte cuentas,
pedirte que te quedaras
y morderte las dudas.
Tirarte por mis precipicios,
como tú,
y cogerte de la mano
pero solo al final.

Pero siempre
antepuse tu paz a todos los peros.

Ya sabes,
creo que el problema reside

en que no pienso en ti
sino en mí contigo,
y eso,
pensar en algo imposible,
es como pretender olvidar
algo que no existe.

Algún día te explicaré
por qué la poesía agradeció que te fueras.

autógrafo

Elvira Sastre


«Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo» (2014)

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