LA AURORA DE MI AMOR
Él:
Amémonos los dos, amiga mía,
unamos mi tristeza a tu alegría,
juntemos tu placer con mi dolor.
Ella:
Amémonos los dos, soñado mío,
como se aman las flores y el rocío,
como se aman los ángeles de Dios.
Él:
Dame, pues, una prueba de ternura,
un algo parecido a la ventura,
un algo que me llene el corazón.
Ella:
Daré para tu frente de poeta
mil coronas de mirto y de violeta,
y encerraré un suspiro en cada flor.
Él:
Es que toda corona tiene espinas,
y en las flores más frescas y divinas
algún insecto el céfiro guardó.
Ella:
Te daré una sonrisa apasionada,
te daré una dulcísima mirada
donde brille el incendio de mi amor.
Él:
Hay sonrisas que encierran la falsía;
hay miradas, también, amada mía,
que guardan un abismo de dolor.
Ella:
—¿Qué quieres, pues, para quedar saciado?
Yo tengo aquí mi corazón guardado;
¿quieres darle tu pecho por prisión?
Él:
—Quiero algo más que el corazón, señora:
quiero ver en tus ojos una aurora
que brille con eterno resplandor;
quiero de tu alma virginal rocío.
—¿Una lágrima quieres? —Sí, bien mío,
esa es la aurora que apetezco yo.
1864.
Epifanio Mejía