WALT WHITMAN
Divagando en los círculos superiores y abstrusos
o bien sencillamente contradictorio y vivo
(todo sabiduría o todo paradoja),
pasas, aunque has "tornado a los eternos usos
de la tierra", esta vez aun más imperativo,
como en la encarnación final de Barbarroja.
Perseguiré tus huellas con la ansiedad del perro
en la tierra que plasma y en los astros que ritman,
donde quiera que ahora reproduzcas, Walt Whitman,
las canciones autóctonas de la Isla de Hierro.
Si estás en la bandera constelada y rayada
o en la reja que vuelca virilmente la gleba,
o en el hito que atisba de pie como un reproche,
o en el nupcial coloquio que aviva la alborada,
o en la tripulación que se arma y se subleva,
o en el tropel de búfalos que atraviesa la noche,
o en el vacío enorme del silencio y la muerte,
recibe este saludo, que hago al azul y al viento
con la impresión segura de abrazarte un momento
y el miedo lacerante de volver a perderte.
Ezequiel Martínez Estrada