UN CUADERNO DE DIBUJO DE NUNIK SAURET
Lo fugaz ha transcurrido como un día lamidísimo. La orquídea padeció dulcemente lo suyo, bajo una hoguera
constante y el breve, nervioso incendio de un clavel que no reventó a tiempo. Se ha cumplido una misión. Una doble
misión, y los labios vuelven a su lugar de origen y la espada del extraño ojo se dispone al oleaje final. La piel se eriza,
acrece la fiebre, arden las mordeduras; en estos labios una menuda espuma ilumina el silencio.
Unas manos afiladas toman la rojiza espada.
Una rosada, anhelante primavera va a ser hendida.
Se está a la orilla de lo incierto, con las olas y una ardiente arena como el cielo donde los ensalivados tulipanes se despiertan a la
luz, mientras allá arriba los pechos se aplastan como dos guitarras adormidas de ansioso dolor.
Flamea la espada hoy dorada: vigorosa, endurecida insignia.
Todo es húmedo y es real y es embriagante y es oloroso y es aromático.
Suavísimamente, primero, la lenta y pulida rama espadeante busca su casa, la caliente casa donde construirá su guerra compartida,
su agitada batalla florecida entre ayes de infinita transparencia.
Un índice macho se ha extraviado en la ensoñadora puerta estrecha.
La tarea alcanza la perfección de la rosa sexual.
Mar adentro, la mar de licores, leche y miel de nardos es adentrada.
«Tus caderas rechinaron como la última carroza del cortejo».
Abril de 1980
Efraín Huerta