¿QUIÉN QUE ES NO AMA A VIRGINIA WOOLF?
Señora mía: sus labios son perfectos
y su mirada tan grande me tiembla la piel;
su falda de terciopelo naranja me parece infinita
—y su andar, como su bañar y hablar a solas, es
un cisne afilado corrigiendo vocablos, diciendo cómo
amasar correctamente la pasta para
cocer los panes nuestros de cada mañana.
Fue usted, Virginia, la que dijo
un lleno de neblina domingo de marzo:
Me hundiré con mis banderas flameando.
Ahora bien, ¿por qué siempre supe
que había sido en el mar y con su perro en brazos?
Esta mañana de octubre, muy clara y muy domingo,
Louie su sirvienta, sollozando cual herida gaviota,
me cuenta que fue en un río de lirios
y palomas y olas, olitas que devoraron
su falda, su lisa cabellera y esos ojos
que no dejan de mirarme
jamás, Señora nuestra,
porque leo y releo Orlando y To the Lighthouse
y Three Guineas y me hundo en el agua tan dulce
de su Diario —y ahora soy yo
quien cae, Virginia-luz, rayísimo,
y se pierde y ahoga de dicha
porque el suicidio —diga que sí—
es una corriente de palabras bien dichas
y las olitas nos comen otra vez
los huesos y yo muero feliz
porque la amé hasta
no cansarme nunca de amarla
tanto.
21 de octubre de 1974
Efraín Huerta