SE VAN EL CANTO Y EL SUEÑO
Canté a los dos como si fueran uno.
Ya están durmiendo; en el ciprés mitigo
la lumbre del lucero inoportuno;
ya el Canto ni lo canto ni lo digo,
y apenas flota sobre los durmientes,
la flor con ellos, la raíz conmigo;
ya el Canto es globo en las dormidas frentes
se vuelve azul, de celestial beleño,
chupándose los sueños transparentes;
ya se va el Canto y con el Canto el Sueño,
ya sube a la región maravillosa
del mago de la alfombra y Clavileño;
mañana es el entierro de la rosa,
pero esta noche llorarán por ella
en el velorio de la mariposa.
Ya se fue el Canto; ya es mi voz aquella
punta de luz que se me desvanece,
como si se fugara de la estrella.
La madre canta; en la canción se mece
la rama seca de lo que agoniza
con el retoño de lo que amanece;
ellos y yo, su brasa en mi ceniza,
canción de madre que ennoblece el Canto,
sueño de niño, que lo canoniza.
Y así los cuatro en el coloquio santo
con la esperanza sobre la almohada,
detrás del sueño y más allá del llanto,
y allá por fin, la humanidad lograda
detrás del bosque de sus crucifijos,
recibiendo en el hambre y la mirada
la luz y el pan que le darán mis hijos.
Cuernavaca, México, octubre 1954.
Andrés Eloy Blanco