CENSO
A Ricardo Montilla
En este día del censo,
me he pasado las horas cerca de mi mujer.
Le he contado mis viajes de hace ochenta años.
Mis viajes eran largas llanuras
con casas separadas por diez leguas
y hombres con paludismo rodeados de distancias.
Mis viajes eran pausas inmensas,
donde un diálogo era un lindero
entre silencios anchos como países.
Esta tierra estaba en blanco,
con lunares de pueblos perdidos en la carne.
Le contaba
que un hijo era una puja de un año en la llanura.
Mi mujer se acercó. Su cabeza y la mía
quedaron juntas. Aquel espacio
que nuestras dos cabezas llenaron, fue un momento
el lugar de más densa población de la tierra.
Me dijo: —Ahora
por la puerta del Censo irán treinta millones
hacia los cuatrocientos millones de compañeros de América.
Se ha trabajado bien. Ya no hay un sitio
donde una voz de niño no esté despierta siempre,
en la tierra en que nunca descansará el silencio—.
Yo besé a mi mujer
en las manos que tienen la conciencia del suelo.
Me junté a sus caderas
cansadas de su largo salvamento.
Y a la zaga del día
en que ellas entregaron el trabajo rendido,
yo me acerqué temblando a sus labios ilustres
de decir tantas veces «¡Hijo mío!» a mis hijos.
Andrés Eloy Blanco