EL SOMBRERO
ROMANCE PRIMERO
LA TARDE
Entre Estepona y Marbella,
Una torre fulminada,
Hoy nido de aves marinas,
Y en otro tiempo atalaya,
Corona con sus escombros
Una roca solitaria,
Que se entapiza de espumas,
Cuando las olas la bañan.
A la derecha se extiende
Una humilde y lisa playa,
Cuyas menudas arenas
Humedece la resaca;
Y oculta entre dos ribazos
Forma una escondida cala,
Abrigo de pescadoras
0 contrabandistas barcas.
A este temeroso sitio,
Mientras lento declinaba
A ponerse un sol de otoño
Entre celajes de nácar,
Estando el viento adormido,
La mar blanquecina en calma,
Y sin turbar el silencio
De las voladoras auras,
Sino el grito de un milano
Que los espacios cruzaba,
Y los de dos gaviotas,
Cuyo tálamo era el agua,
La divina Rosalía,
La hermosa de la comarca,
Fugitiva y anhelante
Llegó, sudosa y turbada.
* * *
Su gentil cabeza y hombros
Cubre un pañolón de grana,
Dejando ver negras trenzas,
Que un peine de concha enlaza;
Y de seda una toquilla,
Azul, rosa, verde y blanca,
Que las formas virginales
Del seno dibuja y guarda.
Su gallardo cuerpo adorna
De muselina enramada
Un vestido; con la diestra
Recoge la undosa falda,
Y el pie, primoroso y breve,
Que apenas su huella estampa
En la movediza arena,
Más limpio desembaraza.
Bajo el brazo izquierdo tiene
Un envoltorio de nada,
Cubierto con un pañuelo,
Do el jalde y rojo resaltan.
¡Inocente Rosalía!
¿Qué busca allí?... ¡Temeraria!
¡Cuál su semblante divino,
Lleno de vida y de gracia,
Desencajado se muestra!...
¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!...
Está haciendo, bien se advierte,
Un grande esfuerzo su alma.
Sí, los ojos brilladores,
Los ojos que tienen fama
En toda la Andalucía,
por su fuego y sus pestañas,
En el peñón, que lejano
Apenas se dibujaba
Entre la neblina (seña
De mudarse el tiempo), clava.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Duque de Rivas