PUERTOCIEGO DE LA MAR
Ya se han llevado el mar.
La última casa aún tiene la enseña marinera.
Y las vacas (gabarras en el prado
de la marisma) hacia el ocaso hienden
la tierra crasa, donde
aún hay conchas doradas, caracoles en voz
y una canción marina.
El viento no lo sabe.
En las noches sin luna,
se va a besar el lomo de la ola
dormida sin romper.
Y a rajarse en el mástil
agudo.
Y a preñar el gran vientre de la vela.
Mas...
Se rasga en los cantiles polvorientos
y palpa como un ciego el derruido
malecón. Luego extiende su larga lengua y lame
el arenal sediento, palmo a palmo.
Hasta que vuelve
(vela de la llanura, desflecada)
a rascarse en las casas doloridas
del pueblo, en silbos largos,
contra la aurora atónita.
Dámaso Alonso