CANCIÓN REAL DE LA VIDA DE SAN PABLO, PRIMER ERMITAÑO, DESCRIPCIÓN Y PINTURA DE LA ASPEREZA DE LA TEBAIDA Y AUSTERIDAD DE SU PENITENCIA. Con otra pintura de una cueva, madre de un arroyo, que el vulgo llama Nacimiento del agua, y cercano a Guadaíra aumenta su corriente. Dedicado a doña Juana María de la Concepción y Carmona.
Planeta refulgente,
oráculo de Delfos, padre ardiente
del que vio en su despeño su osadía,
luz más radiante conduciendo al día;
ya la turquesca tumba se arrebola
y el brillante acrisola
su luz, cuando en balcones de escarlata
sombras troncha, tellices desbarata.
Tocando el sol tu eclíptica micante,
un monstruo de esmeralda, un verde bulto,
baluarte de murta, es alcandora
(que el susurro de abejas resonante
crecido impele el resplandor adulto)
a alado alarde, que los vientos dora;
tórtola gemidora
arrulla con su acento
árboles brutos, a quien mece el viento
en las grutas de una áspera pizarra,
rumor penoso alterna la cigarra;
su gusto resucita Filomena
en una zarza amena,
la délfica temiendo lozanía
de la alba rosicler, pompa del día.
Trasmonta el sol su trono, ya se oculta
en diamantinas bóvedas de nieve,
arduos crecen orientes y el ocaso
en confusos candores los sepulta;
ya al esplendor la oscuridad se atreve,
restauración que luce en azul raso;
la noche paso a paso
en pálidos temblores
sale esculpiendo, niéganse clamores;
terrestre el luna a la montaña helada
de un arroyo la escarcha acelerada,
corvo eslabón su pastoril frescura
tan denso horror murmura
y con la dulce majestad que ostenta
lo bronco de sus márgenes alienta.
Nace en la cumbre de un excelso risco,
pirámide inmortal de su horizonte,
desatado un cristal, que desbarata
su dilación, orlado de lentisco,
saltando por las rocas, baja al monte,
de nieve golfo, elevación de plata,
diáfano dilata
la líquida corriente,
que fue ramo de aljófar y es ya fuente,
vida de Flora, adulación del Noto,
risa del bosque, cítora del soto,
que aprisiona el imperio palpitante
a Amaltea flagrante,
y de un fresno a la rústica armonía,
música alterna su corriente fría.
Cuando iluminación flamante baña
la más excelsa cumbre, el guedejudo
rey de los brutos brama, viendo solo
de cebo al voraz diente, la montaña,
Bucéfalo del Ábrego estornudo,
con riza clin, con encrespada cola,
lánguida mahapola
barre con lozanía
sacude el nácar, que al nacer del día
lloviznaron los párpados del alba
al unicornio el campo hace salva,
articulando el jabalí rugiente
voz de rabia abstinente;
y afeitando pimpollos al tomillo,
vuela el gamo, retoza el conejillo.
En esta, pues, montaña desvalida,
de sátiros y faunos habitada,
yace una cueva lóbrega y oscura,
donde le divo Colón de austera vida
el penitente Pablo, la pasada
de vivo objeto muerta sepultura,
de juventud locura
castiga valeroso;
un retorcido báculo nudoso
temblando la siniestra mano oprime,
do los miembros decrépitos arrime,
y toca la cintura barba anciana,
golfo de espuma cana,
maltratando su rostro venerable
las diligencias de la edad mudable.
Pregonera una palma de la cueva,
frondoso promontorio de esmeraldas,
grillo de aljófar es nativa fuente
y ufana porque el Céfiro la mueva,
triunfantes ya le coronó guirnaldas;
motivo de su orgullo transparente,
al son de su corriente
rabel suena plumoso,
si ministril alado, sonoroso;
toga le dan sus ramas y sustento
su parda fruta, débil alimento,
agua la fuente y música, pues cuando
la sierra va trepando
movidas de sus olas son amenas,
tenores guijas, tiples las arenas.
Tenebrosa mazmorra ocupa niebla,
que brújula de mimbre entretejida
niega el paso, de juncia, de romero,
lecho tosco, colgado de tiniebla,
le ministra, observando enriquecida
un divino cadáver, un cordero
pendiente de un madero,
espectáculo triste,
de pálido alabastro, de amatiste,
a trechos matizado, en su tormento,
muerta la vista, vivo el sentimiento,
y los cabellos en coral cuajados,
yertos los pies helados,
roto el costado al fin, y en sus agravios
macilenta la grana de los labios.
Venera el lastimoso simulacro
la anciana potestad, de hierro duro,
contra sí armado Pablo, disciplina
las rocas, urnas ya del humor sacro,
un sangriento silicio [sic], fuerte muro,
rodea la custodia peregrina
de elevación divina,
y el ejercicio acerbo,
dando las doce en el umbral un cuervo
impide, despensero cuidadoso,
el pan le da, que el néctar más sabroso
el santo le bendice, y él en suma
rayo de oscura pluma
graznando el vagoroso imperio oprime
y negras alas por el viento esgrime.
Canción basta, la mano niegue humano
pincel, que a tal deidad será profano;
teme, si intentas escalar más riscos,
no te ofrezca en soberbios obeliscos,
como osado a Faetonte,
espeño el yermo, precipicio el monte.
Cristóbal de Monroy y Silva