UNA APARICIÓN
Llegó con un aliento muy oscuro,
en ayunas,
con apetito seco,
muy seguro y muy libre, sin fatiga,
ya viejo, con arrugas
luminosas,
con su respiración tan inocente,
con su mirada audaz y recogida.
Llegó bien arrimado, bien cantado
en su cuerpo, en su traje sin boda,
con resplandor muy mudo de su paso.
Volvió atrás su mirada
como si hiciera nata antes de queso,
con la desecación sobria y altiva
de sus manos tan sucias,
con sus dientes nublados,
a oscuras, en el polen de la boca.
Llegó. No sé su nombre,
pero lo sabré siempre.
Estaba amaneciendo con un silencio frio,
con olor a resina y a vino bien posado,
entre taberna y juerga.
Y dijo: "Hay un sonido
dentro del vaso" ...
¿De qué color?, yo dije. Estás mintiendo.
Sacó un plato pequeño y dibujó en la entraña
de la porcelana,
con sus uñas maduras,
con su aliento y el humo de un cigarro,
una casa,
un camino de piedra estremecida,
como los niños.
—¿Ves?
¿No oyes el viento de la piedra ahora?
Sopló sobre el dibujo
y no hubo nada. «Adiós.
Yo soy el Rey del Humo».
Claudio Rodríguez