AL NIÁGARA
¡Salve, estupendo Niágara! Hijo errante
De las comarcas argentinas, donde.
Émulo tuyo, se abalanza el Guaira,
Ante tu esplendidez vibrante llego,
Y mi suprema admiración te rindo.
Limpio, sereno, hermoso,
Brilla en su trono el día, y me recibe
La risa azul de estos radiantes cielos.
¡Oh cuánta vez, en mi lejana patria,
Al seductor prestigio de tu nombre,
Soñé con tu grandeza
Y con hallarme en tu presencia augusta!
Y no, no es sueño ya, que al fin te miro
Y te contemplo en delicioso asombro
En tu pasmosa realidad, y esplenden
Esclavos de mis ojos tus encantos.
Rugientes, espumantes, clamorosas,
Y por región vastísima extendidas,
Cornendo vienen tus inmensas aguas
A desplomarse de las altas rocas
Que las cierran y oprimen
En herradura colosal. Ya en saltos
Ebrias se arrojan al tremendo abismo;
Ya se arrebatan ciegas, impelidas
De irrevocable decisión; ya en trenzas
Y en encajes de perlas y diamantes
Se desgranan y ríen. Vigorosas
Resurgentes columnas
Por las que bajan en trepar se afanan,
Y sin descanso su corriente impelen,
Mas al tocar la cima
Pesadamente al fondo se derrumban.
Al golpe horrendo, que sentirse debe
En las entraña de la tierra, suena
Allá adentro, incesante,
Vivo redoble de grandiosos truenos,
Y los repite el eco, y su estampido
Con alto estruendo la comarca asorda.
Blanca, opulenta y vaporosa niebla
Oblicuamente desde lo hondo sube,
Y blanda flota, y gira, y se derrama
Como a semi-vdar tanta hermosura.
En ella el sol sus rayos
Bngarza y teje, y sus ardientes besos
La encienden toda en el fulgor glorioso
De abundantes arcoíris. Unos nacen
De las ondas serenas,
Y allá en los aires a perderse ascienden,
Y en las cascadas con temblor se copian;
Otros, dando al espacio
Cúpula excelsa, de colores rica,
Sumergen en el agua ambos extremos;
Ora en franjas se tienden largamente
Sobre las ondas, y en la fresca hierba
Y árboles de las márgenes se esfuman;
Ya en sueltos trozos esparcidos brillan;
Ya uniéndose dos de ellos, soberano
Resplandeciente círculo despliegan.
Parece entonces que entreabierta en haces
¡Oh Niágara! la esfera cristalina,
Rayos desprende la increada lumbre
Sobre tu frente, y su eteraial diadema
De albo-celeste resplandor te inunda.
Ni faltan a tu gloria los hechizos
Con que el humano ingenio,
En misterioso efluvio,
Toda belleza natural consagra
Prestándole alma y voz. Y si aún el Leman
Con su onda azul los perdurables ritmos
De Byron canta y Lamartine, y el genio
De Shelley pasa en la inconstante nube,
Y el sauce se hermosea
Por magia de Musset, y entre los astros.
Que en la nocturna oscuridad relumbran,
El alma de León plácida vaga:
Aquí del grande Heredia
Suena el himno inmortal, y en tus torrentes
Se precipita audaz, luce en tus iris,
Y entre los pliegues de tu niebla envuelto,
Hermoso y triunfador se alza en los aires;
Mientras en lo profundo,
Y en el fragor de tu rugiente abismo,
Se oye de Pombo el desolado acento.
No a mí me impulsa, en mí modesta ofrenda,
El temerario empeño
De unir mi voz a tantas armonías,
Y en tu oleaje perpetuar mi nombre;
Que no se desplegó a las altas cumbres
El de la abeja susurrante vuelo.
Empero, más dichoso
Que el cubano cantor, miro a mi lado
A la que ha tiempo mi existencia aroma
Con afecto inmutable, y verla pude,
Ante tu salto aterrador, violento,
Pálida sonreír, y con los ojos
Seguirme ansiosa, mientras yo avanzaba
A gozarme en tus ásperas caricias
Entre tu niebla y tumultuoso estruendo.
Y al pie de tus cascadas.
Hundido ya en impenetrable sombra,
Aún contemplé en la altura,
Como visión radiante,
Su dulce faz y tu encrespada cima
Al sol brillando con reflejos de oro.
¡Sublime imagen del poder perenne
De la creación, a nuestra mente brindas!
Siglos sin fin sobre tu frente ruedan,
y tú en su curso, instante por instante,
Un mar derramas de impetuosas aguas
En los abismos, sin cansarte nunca.
Mas sobre el gran sonido.
Fuerza, abundancia, agitación, tumulto.
Que en ti palpita y hierve, excelso sello
Corona tu hermosura
De alta, serena, espléndida armonía.
¡Adiós, Niágara, adiós! Quizá la suerte
En un remoto porvenir te aguarda,
Que es ley común de cuanto el orbe encierra,
Si trueca un cataclismo en blando lecho
Tus ingentes peñascos, y no hallando
Reparo alguno tu corriente inmensa,
En sosegado curso amplia se extiende,
Con el traidor anzuelo apercibido,
Pescador indolente, en frágil barca,
Por donde hoy lanzas fulminantes ondas
Tranquilo entonces pasará cantando.
Níágara-Palls, 1889.
Calixto Oyuela