EL TITÁN
«Vencido está el error: la falsa lumbre
Que en necios sueños y en fatal delirio
Sumergió a la razón; la férrea mano
Que en tétrica mazmorra
De vil superstición y hondo silencio
Aherrojó un día al pensamiento humano,
Fueron: y en vez de la inflamada tea
Que el implacable inquisidor blandía,
Emblema de armonía,
Su esplendorosa luz manda la idea.
No es ya la tierra inhabitable abismo
Do unidos ruedan el dolor y el llanto:
Bello es el mundo; el sol de nuevo encanto
lianza su ardiente claridad vestida,
Y al son del yunque y del Progreso al grito
Despierta en fin la humanidad dormida».
Así clamó el coloso
Al alzarse potente,
De resplandor sangriento coronado,
Y su acento grandioso,
Repercutiendo en las edades muertas.
De turaba en tumba resonó imponente.
Enérgico y valiente
Se arroja a la labor, vencer ansiando
Cuanto misterio el Universo esconde:
Hierve la fragua, cruje retemblando
Bajo el Comercio el opulento muelle,
Y al estruendo tenaz de hacha y martillo,
El silbo agudo del vapor responde.
Todo es acción, y movimiento, y vida,
Y entre el rumor de la fecunda lucha.
Que de incruenta gloria
La humana frente ciñe.
Se eleva un grito universal: ¡victoria!
Victoria, sí: que donde quier se advierte
La invención peregrina,
cuyo poder incontrastable y fuerte
Al mundo material vence y domina.
Rompe el hombre la valla que separa
Un mar del otro mar; el duro seno
Con fuerte mano hiende
De la madre inmortal, que guarda avara
La huella de los tiempos, y su historia
Al noble imperio de la luz asciende;
Senda al ígneo fulgor traza en el viento
El libre pensamiento
Lanza veloz por la tendida esfera;
Al sonido fugaz rinde el espacio,
O aun con mayor brío
Le ata y retiene en reclusión severa;
Y surcando sereno
En móvil barca las etéreas ondas,
Mira a sus plantas la región del trueno.
¡Salve, labor fecunda,
Que por doquier derramas
Germen de rica y esplendente vida!
Todo cobra a tu impulso
Nuevo aliento y vigor; tu brazo fuerte
En regio alcázar la infernal guarida
Y en verde pompa el lodazal convierte.
Tú haces que el hombre sea
De su suerte señor; que si hoy hambriento
Esconde, y macilento,
Del mundo su vergüenza y desventura,
El nuevo sol contemplará trocado
Su feo harapo en áurea vestidura.
¡Loor a aquel que al tumultuoso seno
Del mar, o a la honda entraña
Que del rico metal la vena cría,
Por el que el hombre audaz los montes hiende,
Impávido y sereno,
Ardiendo en sed de libertad desciende!
¡De lauro el canto adorne
La noble sien del artesano honrado,
Que en oscuro combate
Revuélvese esforzado,
Sin que más gloria o recompensa espere.
Que la dulce costumbre
De ver en torno de él sus tiernos hijos
Al brillo alegre de amorosa lumbre!
¡Gloria al que heroico en la demanda muere!
Mas no mi altivo canto
Con vano incienso tu favor ruidoso
Comprará ¡oh siglo, cuyo fuerte empuje,
Alzado pensamiento,
Sed de verdad y empeño generoso
Mi ardiente corazón ama y venera!
¡Resuene y vibre fiera,
Virgen de vil adulación, la estrofa!
Rechazo ¡oh siglo! el profanado lauro
Que a la lisonja y no al valer se brinda;
Y aunque mi audacia al condenar, violento
Hundas mi nombre en perdurable olvido,
Te he de decir con varonil acento
Que eres Titán, pero Titán caído.
La luz qtie arrojan tus candentes fraguas,
No es la que al alma inunda
De vivido fulgor y anhelo eterno,
Y en ella el inefable
Germen celeste del amor fecunda;
No la que aquieta y calma
El ansia del que siente,
En magnífico giro,
Rodar la idea en su inspirada mente.
En tu soberbia frente
Pesa el numen del mal, que troncha y hunde
Cuanto envolverte en esplendor debiera:
De Gutenberg el prodigioso invento
Más el error que la verdad difunde;
El raudo tren cuyo rodar sonoro
Entre humo y polvo, de su sueño estéril
Levanta al ocio inerte,
Lleva también en su inflamada entraña
Gritos de rabia y estertor de muerte.
¡Y tú, tú mismo que con alto brío
Rompiste el largo imperio
Que en lo más santo la conciencia hollaba,
La insultas, la escarneces,
Y la haces hoy de la materia esclava!
Por cima del estruendo
Que tu arrogante turbulencia mueve,
Clamor de interna lucha,
Fatídico y tremendo,
De polo a polo resonar se escucha.
Rota en la mente el ara soberana,
La duda suspicaz, la duda aleve
Silba y se enrosca en la conciencia humana.
Tú en ella esparces confusión y espanto;
Tú vuelcas y sacudes,
Con arrebato ardiente,
Las que el hombre adoró creencias divinas,
Y cuando, virgen de maldad y crimen,
Se levante en el tiempo una edad nueva,
Contemplará tu ingente
Trono imperando sobre inmensas ruinas.
Ruinas ¡ay! que hacinadas
Guarda en la sombra la conciencia atea,
Donde, cual sierpe en su caverna inmunda,
Retuércese infecunda,
Sin el fulgor de lo inmortal, la idea.
¡No, no hallarás reparadora calma,
Oh siglo inquieto, si con mano impía
Agostas o corrompes
La excelsa fuente donde bebe el alma!
¡No ascenderás a la anhelada cumbre,
Si entre el vano estruendoso clamoreo
En que tu lepra y tu delirio anegas.
Torpe maldices o a mirar te niegas
Los resplandores de la eterna lumbre!
1883
Calixto Oyuela