EN LA MUERTE DE LISTA
Ignorada de sí yazga mi mente
y muerto mi sentido;
empapa el ramo para herir mi frente
en las tranquilas aguas del Olvido.
LISTA
No le lloréis, amigos, ese canto,
himno de gloria al sueño de la muerte,
era la inspiración del alma fuerte
de aquel varón tan apacible y santo;
ya fatigado de enseñaros tanto,
y ya sintiendo su entusiasmo inerte,
quiso muriendo de su yerto labio
la postrera lección daros el sabio.
Todas las ciencias del saber tenía
menos la de la muerte el docto anciano,
y quiso penetrar en ese arcano
por completar su gran sabiduría;
ya el misterio sabrá de la agonía,
el fin conocerá del ser humano,
y si a la gloria remontó su vuelo,
ya habrá medido la extensión del ciclo.
Y ya del sol el punto culminante,
y del planeta dócil a su mando
sabrá cómo en sus órbitas girando
van por el cielo en rotación constante;
y ya desde Poniente hasta Levante
en la extendida tierra meditando,
«¿Cómo, dirá, mientras duró mi sueño
pude estudiar en mundo tan pequeño?»
El eje aquel del globo entre los hielos
que su mente en las noches fatigaba,
ya de cierto sabrá cómo se clava
para que ruede firme por los cielos;
y ya se habrán calmado sus desvelos
cuando su vista perseguir sin traba
pueda en la inmensidad, y por la cumbre
del sol llegar hasta su misma lumbre...
Ya sabrá si la aurora enrojecida
que a visitar su tumba anoche vino,
de otra desgracia al mundo prevenida
es el augurio cierto del destino;
y si es no más la ráfaga lucida
que deja el rayo del mirar divino,
cuando entre sombras, nubes y misterio
traspasa alguna vez nuestro hemisferio.
Y sabrá por qué vienen los cometas
al ignorante mundo a dar espanto,
y si en el cielo por celeste encanto
desterrados están de otros planetas,
o si del orbe son grandes profetas
que se aparecen entre sangre y llanto
por cima de las míseras ciudades
sólo para anunciar calamidades.
Y sabrá do se forma la corriente
que por las noches en el cielo vago
parécenos de fuego extenso lago
o de luceros río transparente;
y de la luz la primitiva fuente,
la del diluvio, de espantoso estrago
y el origen, la historia y la fortuna
¡¡de la estrella polar hasta la luna!!
¡Ah! ¡si pudiera el inmortal maestro
discípulos queridos y mimados,
tantos nuevos problemas aclarados
desde su mundo transmitir al nuestro!
¡Ah! ¡si la nueva ciencia, el nuevo estro
y los nuevos misterios de los hados,
ocultos al saber de la criatura,
pudiera revelar desde su altura!
Atentos en el valle los oídos
a sus doctas palabras, siempre amigas,
como al viento flexibles las espigas,
doblarais vuestras frentes conmovidos;
y él, mostrando los frutos escondidos
que arrancaron del arte sus fatigas,
nutriera vuestros jóvenes talentos
de sabrosos y dulces pensamientos.
Yo nunca le escuché; nunca la sombra
de mi ignorancia disipó su ciencia;
¡nunca yo, solitaria en mi existencia
hallé a ese sabio que la fama nombra!
Mientras os daba en la campestre alfombra
sus lecciones sonoras de cadencia,
yo, sola por mi valle, no escuchaba
más que a la pobre alondra que trinaba.
Yo nunca le escuché, nunca mi mente
esclareció su antorcha luminosa...
mas recibí la bendición piadosa
que por última vez dio a nuestra frente.
El templo de los hijos del Oriente,
donde el cadáver de Colón reposa,
fue el templo en que nos dio su despedida
dejando nuestra frente bendecida.
Luego en la cuna del glorioso Herrera
dicen que reposar quiso el anciano
blando arrullo le presta esa ribera
para adormirlo en el florido llano;
¡no le lloréis, amigos! ¡yo quisiera
tan tranquila dormir! ¡tener cercano
así mi lecho del hermoso río
que arrullara también el sueño mío!
Yo quisiera también cerrar mis ojos,
cerrar mis ojos a la tierra oscura,
abrirlos a la luz del cielo pura,
al sol brillante, a los luceros rojos;
cerrarlos de la vida a los enojos,
abrirlos de la gloria a la ventura,
¡dormir cuando nos dicen que vivimos,
despertar cuando dicen que morimos!
Yo no derramo lágrimas piadosas
por el que asciende a la feliz morada,
que allí quisiera verme regalada
por su ambiente purísimo de rosas;
las lágrirnas que vierto dolorosas
son ¡ay! porque me quedo desterrada
a sufrir cual vosotros el castigo
de padecer aquí sin nuestro amigo.
Badajoz, 1849
Carolina Coronado
Tomado de la página Biblioteca Cervantes Virtual.