A MI AMIGO JUAN MARÍA GUTIÉRREZ
Los pobres ecos que a mi humilde lira
En otro día arrancó el dolor
Hoy los destroza con su bella mano
El ángel bello que posee mi amor.
Así el guardián que sobre el hombre vela
Si ve en su frente el polvo sombrear,
Tendiendo el ala blanda cual la seda
Quiere la mancha de su sien borrar.
Aquellos ecos fueron un pecado
Que en mis primeros años cometí
Mas hoy por la bondad de una belleza
Santa misericordia conseguí;
Como en un tiempo al pie de los altares
Magdalena las piedras anegó
Y en el puesto del hombre arrepentido
El perdón de sus culpas alcanzó.
Pero qué importa que mis pobres versos
En este libro vuestro ya no estén
Si mil estrellas de esplendor divino
Entre sus hojas relucir se ven.
Como del cielo el estrellado manto
Si tenue nube empaña su color
La faz hermosa del Señor reluce
Si el viento suave limpia ese vapor.
Pero direisme que un lunar es bello
Como en el seno fúnebre crespón,
Como el cabello sobre el albo rostro,
Que en su contraste forma la ilusión.
Mas no es hermoso fango que salpica,
Ni negra sangre bella sombra hacer
En la pisada de la sucia bota
Sobre vestido niveo de mujer.
Al reemplazar mis ecos con mis ecos
Pienso que los dedico a la amistad,
Y si en el cambio poco se adelanta
En algo apreciaréis la voluntad.
Sones despedazados de mi lira
Que en horas congojadas exhalé
Como el cristiano al pie de los altares
Mi corazón en ellos derramé.
No los perfumes hallaréis en ellos
Del balsámico aliento del amor,
Ni del poeta las ligeras sombras
Ni el férreo trazo de pensar creador.
Si no el aliento de las flores secas
Y exhalaciones del dolor tenaz
Y más que todo las amargas gotas
Con que el destino humedeció mi faz.
Y si buscáis recuerdos del amigo,
Tal vez los hallaréis con atención,
Como se encuentra entre árboles marchitos
La sombra colosal de Napoleón.
No me pidáis las hojas arrancadas
Que arrebató en su espalda el huracán,
Y que amarillas cual la flor de otoño
Mustias y secas por el suelo van.
Ya no se pueden recoger del suelo,
Pues apretados por polvo veloz
Que irá volando por el aire vago
A contemplar la inmensidad de Dios.
Así se pasan los floridos días
Y uno por uno míranse caer,
Y al levantarlos de la tierra fría
Inerte polvo son ellos también.
Montevideo, 6 de Diciembre de 1842.
Bartolomé Mitre