LA REVOLUCIÓN DEL SUD
A BUENOS AIRES
«El cuello atado a la servil cadena,
Del tirano postrándose a los pies
Buenos Aires esclava y miserable
Ya no es el pueblo de ochocientos diez».
¡Oh patria! así decían, y entre tanto,
Tú oías esas voces con desdén,
Esperando mostrar con grandes hechos
Que eras el pueblo de ochocientos diez.
La vista al suelo con dolor bajabas,
Pero en tu corazón había fe,
Y ardiente por tus venas aún corría
La sangre pura de ochocientos diez.
Y de repente, cual gigante inmenso,
A quien dormido ataran al cordel,
Despertaste rompiendo tus cadenas
Como en el día de ochocientos diez.
¿Quién alza el grito? preguntó el tirano.
El trueno sordo retumbó a sus pies,
Y la corneta contestó en la Pampa:
«¡Yo soy el pueblo de ochocientos diez!»
Fuiste vencida, cara patria mía,
Tus legiones sufrieron un revés,
Pero nadie dirá que no caíste
Como los héroes de ochocientos diez.
No lo dirán... ¡cobardes!... las espaldas
Muestre lanceadas argentino infiel;
Nobles heridas muestren en el pecho
Los descendientes de ochocientos diez.
En sus lanzas filosas levantaron
Los sicarios del déspota cruel
Del inmortal Castelli la cabeza, .
Del hijo noble de ochocientos diez.
De la sangre del mártir de la patria
De cada gota un héroe ha de nacer,
Sangre fecunda, como fue fecunda
La de los muertos de ochocientos diez.
Tus nobles hijos al mirar su busto
Del polvo alzaron la humillada sien,
Y levantaron con robustos hombros
El ara santa de ochocientos diez.
«¡Venganza al pueblo!» prorrumpieron todos,
¡Palmas al mártir que murió con fe!
¡Gloria al que caiga en medio del combate!
¡Gloria a los hijos de ochocientos diez!»
Se vio agitar del mártir la cabeza,
Y su ojo frío se volvió a encender,
Y desatado el labio a la palabra,
Clamó: «¡Sois hijos de ochocientos diez!»
Bartolomé Mitre