A FRANCISCO SARMIENTO
Deseáis, señor Sarmiento,
saber en estos mis años,
sujetos a tantos daños,
cómo me porto y sustento.
Yo os lo diré en brevedad,
porque la historia es bien breve,
y el daros gusto se os debe
con toda puntualidad.
Salido el sol por Oriente
de rayos acompañado,
me dan un güevo pasado
por agua, blando y caliente,
con dos tragos del que suelo
llamar yo néctar divino,
y a quién otros llaman vino,
porque nos vino del cielo.
Cuando el luminoso vaso
toca en la meridional,
distando por un igual
del Oriente y del Ocaso,
me dan, asada y cocida,
de una gruesa y gentil ave,
con tres veces del süave
licor que alegra la vida.
Después que, cayendo, viene
a dar en el mar Hesperio,
desamparado el imperio
que en este horizonte tiene,
me suelen dar a comer
tostadas en vino mulso,
que el enflaquecido pulso
restituyen a su ser.
Luego me cierran la puerta
y me entrego al dulce sueño;
dormido soy de otro dueño:
no sé de mi cosa cierta.
Hasta que, habiendo sol nuevo,
me cuentan cómo he dormido,
y así, de nuevo les pido
que me den néctar y güevo.
Ser vieja la casa es esto;
veo que se va cayendo;
voyle puntales poniendo,
porque no caiga tan presto.
Mas todo es vano artificio:
presto me dicen mis males
que han de faltar los puntales
y allanarse el edificio.
Baltasar del Alcázar