Daba el reloj las doce... y eran doce
golpes de azada en tierra...
... ¡Mi hora! —grité—
... El silencio
me respondió: —No temas;
tú no verás caer la última gota
que en la clepsidra tiembla.
Dormirás muchas horas todavía
sobre la orilla vieja
y encontrarás una mañana pura
amarrada tu barca a otra ribera.
Antonio Machado