MANANTIAL Y OCASO
Ojo, no por su forma,
sí por estar a llanto sometido.
Por ceja, espeso verde enmarañado,
liso y pendiente campo por mejilla.
Las casas dan al viento sus senderos,
mientras, para cortar la flor del valle,
clavándose los rayos inferiores
baja a la tierra el sol, aureolado.
Cuando se oculte entre las yerbas altas
las blancas ropas que tendió en sus rayos
la guapa lavandera de la aurora,
en vidrios paralelos
deshiladas caerán.
Carne dulce del árbol,
el viento de piel rosa
con la mano sostiene
su abanico naranja.
La noche —negro médico—
le toma el pulso al río
y despide a la tarde,
que se va para América
leyendo en la cubierta
en su gran trasatlántico.
Manuel Altolaguirre