A ARISTO: LA TRANQUILIDAD DE LOS ALUMNOS DE LAS MUSAS. IMITACIÓN DE HORACIO
Las Musas, caro Aristo, dulcemente
al nacer me halagaron,
y de mirto y de lauro refulgente
mi cuna entrelazaron;
y cuando en la apacible primavera
de mi edad vagué solo,
junto al Betis su lira placentera
me dio templada Apolo.
Halló mi juventud abandonada
en su clemencia asilo;
y exento de pesares, mi morada
fue el Helicón tranquilo.
Cuando entre mil cuidados enojosos
se afligen los mortales,
doy al mar y a los vientos tempestosos
la tristeza y los males.
Seguro vivo, si tu antorcha brilla,
alma paz, a la tierra,
y seguro, si esgrime su cuchilla
la enfurecida guerra.
¿Qué a mí, si sobre el Istro caudaloso
Napoleón fulmina,
o el anglo, con mil naves orgulloso,
los piélagos domina?
Tú, que en las puras aguas te complaces
y en abundosas fuentes,
dulce Clío, te pido que me enlaces
las flores refulgentes,
flores cogidas en el fresco abrigo
de tus selvas umbrosas;
y teje de ellas a mi caro amigo
guirnaldas olorosas.
Que sin ti nada pueden mis canciones;
y el nombre de mi Aristo
llevar quisiera en inmortales sones
de la aurora a Calisto.
Cántalo, Musa, tú. La amistad tierna
es digna de tu lira,
y un alma dulce, que el amor gobierna
y la virtud inspira.
Alberto Lista