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EN LOOR DE DON JUAN MELÉNDEZ VALDÉS, RESTAURADOR DE LA POESÍA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XVIII

Cual la selvosa cumbre de Apenino
de brumas cuaja el erizado invierno
las campiñas de Italia amedrentando;
sus sendas pisa mustio el peregrino,
viendo el arbusto tierno,
y el haya y olmo añoso
con la acopada nieve blanqueando;
y en el otero herboso,
do el sol del mayo derramó luz pura,
triste el pastor y muerta la natura:

o cual la dulce llama de la aurora,
cuando despunta en el rosado oriente,
de las australes Sirtes abortada
horrible tempestad cubre a deshora;
brama el cierzo inclemente;
de la encendida nube
rápido vuela el rayo; y desatada
del mar bravoso sube
enlutando los orbes noche umbría,
que los mortales ojos roba el día:

así envolvió caliginosa niebla
la primer gloria del Parnaso ibero:
tendió el error su cetro despiadado;
y la densa y mortífera tiniebla
oprime en sueño fiero
el genio independiente.
Desde Pirene al Betis, desmayado
muere su fuego ardiente;
y do sonaran cánticos suaves,
sólo se escuchan graznadoras aves.

Yace entre el polvo vil despedazada
la cítara sublime, donde Herrera
de Austria cantó las armas victoriosas:
la lira de Villegas delicada,
y la que más severa
ensalzara hasta el cielo
a Argensola y Rioja, de viciosas
malezas cubre el suelo;
do el estrago y tus hierros contemplando,
sombra del gran León, vagas llorando.

Febo empero al lamento doloroso
de las fugaces Musas compasivo,
vuela en su carro al último occidente.
Airado mira al escuadrón sañoso
hollar lauro y olivo,
y el arpa y laúd sonoro
que fue su gloria. El arco omnipotente
vibra la flecha de oro;
«¿Y qué», dice «será que el monstruo impío
domine el fértil clima que fue mío?».

«¿Por qué, donde sonaron mis loores
más dulces que en la cumbre del Parnaso,
sus pabellones la barbarie ondea?
¿Por qué los campos, que sembró de amores
la voz de Garcilaso,
triste silencio oprime?
Natura, oye mi voz. El genio sea
que su gracia sublime
restituya a la Musa castellana:
nazca ya el padre de la lira hispana».

Dijo, y Meléndez fue. La tierna mente
el mismo Apolo informa, y de las ciencias
los arcanos recónditos le inspira:
en sus labios destila miel luciente,
perfumada de esencias.
La delicia del mundo,
dulce amor en su seno ya suspira;
y del carcax fecundo
le da la flecha, que atrevida y blanda
las almas postra y los sentidos manda.

Cual del nevado seno de la aurora
animoso se lanza el sol ardiente
a la roja mansión del mediodía;
alegres ven la tierra y mar sonora
la vida y luz presente:
la natura adormida
despierta en brazos del hermoso día;
y de su rayo herida
la noche con su escuadra rutilante
se sumerge en los piélagos de Atlante:

así el joven gallardo en el regazo
de las sensibles Musas resplandece:
sus primeros acentos destruyeron
de la antigua barbarie el ciego lazo.
Pulsa la lira, y crece
desusada alegría.
Canta: los fieros monstruos ya cayeron;
y al son de su armonía
retoña el lauro, cuya sombra amada
cubrió del docto ibero la morada.

El plectro de oro la sublime Clío
aplica en tanto a la divina lira:
su giro enfrena el espacioso cielo:
el agua pende en el callado río.
Del mar la herviente ira
el austro regalado
templa a deshora; y al hispano suelo,
do el eco alborozado
la dulce voz mil veces reverbera,
anuncia así su gloria venidera:

«Tejed, ninfas de Iberia, la guirnalda
de verde mirto y encendida rosa
al genio celestial, que os amanece.
Cogedlas en la plácida esmeralda,
que la margen deliciosa
del sacro Tormes llena:
allí el Zurguen, do Filis resplandece,
y la floresta amena,
y las gracias del céfiro inconstante,
y canta amores tiernos tierno amante».

«O bien de fresco pámpano ceñidle
la pura frente y lira, enajenado
del néctar, que en los vasos centellea.
En las castalias ondas desleídle
el vino más preciado,
cuando a gozar provoca
las ninfas y pastores del Otea:
que en su risueña boca
dulce beso imprimió Baco y Citeres,
y es padre de las danzas y placeres».

«Mas cuando ya los años juveniles
caigan como la flor de primavera
ante la edad madura deshojados,
no la sañuda cólera de Aquiles
dirás, ni el asta fiera
de Marte armipotente:
que Venus a tus labios delicados
sólo entonar consiente
del amador los plácidos solaces,
las breves guerras y las blandas paces».

«O ya si mi deidad a ti desciende,
de pompa, majestad y gloria llena,
y en soberano ardor tu pecho tierno
más animosa y atrevida enciende,
la magnífica escena
de las artes hermosas
y el triunfo cantarás, o en el averno
las huestes orgullosas
aprisionadas, que al querub siguieran
y al trono inaccesible se atrevieran».

«Mas ¿quién podrá a los campos y a las flores
robarte? A ti te ofrece la natura
de su beldad la pompa variada.
Tú festivo entre risas y entre amores,
ya de la rosa pura,
ya del clavel triunfante
celebrarás la gracia delicada;
o al hondo mar de Atlante
lanzarse Apolo entre carmín y grana,
cediendo el cielo a la argentada hermana».

«O bien la dulce y pastoril avena
robando al tierno Gésner, enlazado
dirás a amor con la virtud sencilla,
la piedad filial, y de la amena
campiña el don preciado,
y la linda pastora,
que entre el pudor y la inocencia brilla
más pura que la aurora,
y cándida beldad y fe constante
ofrece, en premio al venturoso amante».

«Mas ya vuela el otoño de la vida
sobre tu edad; y entonces más suave,
más apacible sonará tu canto.
Entonces de tu cítara subida
cada suspiro grave
un himno a la natura,
y al Hacedor de la natura santo
será y a la ternura;
dando con tus acentos celestiales
lecciones de virtud a los mortales.

«Aunque, ¡oh mengua! ¡oh baldón! del patrio suelo,
que con tu dulce voz ennobleciste,
lamentas alejado la ira impía,
y los gemidos de tu amargo duelo
Garona escucha triste.
El Ródano insolente
suspende, complacido en tu armonía,
su rápida corriente,
y se florece al canto desusado
la etérea cumbre del Pirene helado».

«Qué furor, ¡oh crueles! la alma lira
que en sus clemencias os concede Apolo,
así echáis a regiones apartadas?
Así el varón ilustre, ¿por quien gira,
mas rico que el Pactolo
y envidia de naciones,
el breve Tormes? ¿Cuándo renovadas
oiréis ya las canciones
que el céfiro a sus vegas repetía?
¿quién el fuego os dará que genios cría?»

«Mas triunfa tú desde el extraño clima,
viendo los hijos de tú noble aliento.
El orgulloso Tajo, el Dauro, el Betis
tu gloria aclaman ya. Tú el Dios que anima
el español acento;
y en cuanto embravecido
la Iberia ciña el piélago de Tetis,
serás, libre de olvido,
árbitro de la lira soberano,
y nuevo Apolo del Parnaso hispano».

Cantó, y la verde cumbre de Helicona
al destino aplaudió del genio ibero:
la alegre frente Anacreón desnuda
del pámpano, y el vaso y la corona
le alarga placentero.
Horacio ve envidioso
al Píndaro español, y le saluda
con ceño respetoso;
y Virgilio, en sus brazos sollozando,
tierna sublimidad le va inspirando.

autógrafo

Alberto Lista


«Poesías» (1822)

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