AMÉRICA

Mujer de mi sangre, mujer de mi tierra,
reliquia bendita de su amarga cruz,
tu acento es el aura que nace en la sierra
preñado de aromas, caricias y luz.

Morena nostálgica, princesa moruna
que amas la blancura del naranjo en flor,
yo sé por qué miras llorando a la luna
y besas sus rayos sedienta de amor;
yo sé por qué sueñas en tus melodías
y en el clavicordio das forma a tu alma,
yo sé por qué en brumas, van tus alegrías
buscando regiones de ensueños y calma.
Yo sé por qué cantas sin tener a quién
¡Yo sé por qué lloras sin saber por qué!

La vida es muy triste, princesa malaya,
la dicha que llama se va sin entrar:
es nave que viene, se acerca a la playa
y se hace riendo, de nuevo, a la mar.
Entonces, ¿qué esperas? ¿La frágil barquilla
que rotas las velas, perdido el timón,
arroja deshecha amor a la orilla,
símbolo perpetuo de tu corazón?
No sueñes ni ensueñes, encalma tu pena,
porque lo que el labio ha tiempo calló
hoy voy a decírtelo; escucha serena,
ya que nadie sabe mejor que sé yo
por qué siempre, cantas sin tener a quién,
por qué siempre lloras sin saber por qué.

Sigue desdeñando del siglo la prosa,
ama la poesía de edad medieval,
sigue aborreciendo, triste y desdeñosa,
la eterna careta del gran carnaval.
Sigue aborreciendo hasta que a tu pecho
llame el triste náufrago de débil semblante
y entre las vigilias de un sueño deshecho,
con rayos de luna, a tu oído cante:

«Yo quiero que sientas mis besos en tu alma,
quiero que mis lágrimas te quemen la vida,
quiero que cerrando los ojos en calma,
tiembles en mis brazos, cual paloma herida.
Quiero que conmigo, sobre un mar dormido,
comprendas la dicha de morir de amor,
comprendas que en brazos del más negro olvido,
durante sombrías noches de dolor,
¡cantaba contigo sin tener a quién!
¡Lloraba contigo sin saber por qué!».