MAÑANAS DE ESTÍO II
Deleite causa en verano
Pasear la estensa rivera,
Cuando la aurora en la esfera
Tiende su manto fugaz.
Y ver las aguas lucientes
Que dan continuo en las peñas,
Cual las ideas risueñas
Del hombre en la eternidad.
Allí en la orilla, las gotas
Que el dolor trajo a la frente
Seca el purísimo ambiente
Que se adormece en redor;
Y el pensamiento, ya libre,
Trasciende mares y tierra,
Para abarcar cuanto encierra
En sí la humana mansión.
Al soplo airado del Cielo
Mira ceder las naciones,
Indestructibles lecciones
Dejando en pos al pasar.
De las ciudades que fueron
Busca las débiles huellas
Y encuentra impresas en ellas
Del torpe vicio los pies;
Y en vez del blando murmullo
Que hace el mundano contento
Se escucha solo «Escarmiento»
Entre las ruinas sonar.
De Europa altiva sorprende
La desmayada natura,
Que el arte en vano procura
Lozana y fértil tornar:
De cada pueblo a las puertas
Negro fantasma se eleva,
Que con sus lágrimas lleva
«Miseria» escrito en la faz.
En desnudez el mendigo
Pasa las noches heladas,
De las soberbias moradas
Bajo el marmóreo dintel;
Y las migajas recoje
Del destrozado sustento,
Que el cortesano opulento
Le echa tal vez con el pie.
¡Maldito el suelo en que el hombre
Así ante el hombre se postra,
Y sus desprecios arrostra
Porque se muere de afán!
¡Maldito el suelo que solo
Brinda con tasa de hieles
A esos desnudos tropeles
Que acosa el hambre o la sed!
Llena de ingratas ideas
Se vuelve entonces la mente
Al virginal continente
Que vio Cristóbal Colón;
Y que al tomar, el encono
Del mar burlando y el viento,
Cuál mujeril ornamento
Echó a los pies de Isabel.1
De Dios la diestra invisible
Formó su espléndido cielo,
Y abriola toda, y el suelo
De ricos dones sembró.
Bañan sus playas extensas
El mar atlántico airado,
Y el que de gozo arrobado
Llegó Balboa a besar;
Cuando, la espada desnuda,
Las ondas cerca del pecho,
De su monarca en provecho
Tomó marcial posesión.
Montañas tiene soberbias
De cuyo inmóvil asiento
Se arrojan ríos sin cuento
Para perderse en el mar:
Y hay en sus llanos verdura
Que ansiosos pacen los brutos,
Y abundantísimos frutos
De regalado sabor.
¡Feliz mil veces el hombre
De quien la cóncava cuna
Alumbra pálida luna
En tan lozana mansión!
¡Feliz! verá de la vida
Los demarcados momentos,
De agudas penas exentos,
En libre tierra correr.
Que si algún torpe tirano
De entre la turba se eleva,
Es ese, tiempo de prueba
Para las almas templar;
Hasta que llega el instante
En que con mano de hielo
Le postra Dios en el suelo
Y dice airado, «no más».
Diciembre de 1840.
Adolfo Berro
1 Esta estrofa es una
imitación de los versos franceses siguientes, puestos al pie de
la página en la 1ª edición:
Qu'est devenu ce tems où le marin Gènois [1]
Jettait à son retour quelque Espague nouvelle,
Comme un joyau de femme, aux genoux d'Isabelle?
[1] Cristóbal Colón.