CEDROS
Mis ojos niños vieron
—ha mucho tiempo— alzarse
hasta la nube un vuelo
de sucesivos verdes
que el aire en torno
embalsamaban
con tranquila insistencia.
El silencio se oía como una
música suspendida de repente,
y en mi pecho crecía
el asombro.
La voz del padre, entonces,
inclinóse a mi oído
para decirme, quedo:
“Son los cedros del Líbano
hija mía.
Mil años hace, acaso
mil más, que medran
a las plantas de Dios.
Guarda su imagen
en la frente y la sangre.
Nunca olvides
que miraste de cerca
la Belleza”.
Y desde aquella hora
tan lejana,
algo en mí se renueva
y estremece
cuando topo en las hojas
de algún libro
su memoriosa estampa.
Meira Delmar