EL RELOJ Y LA MUERTE
Lento voy con la tarde
meditando un recuerdo
de mi vida, ya sólo
y para siempre mío.
Y en el cípres, que es muerte,
reclino el cuerpo, miro
la superficie blanca
de los muros, y sueño.
El sol da en la varilla
de hierro, y una sombra
señala en la pared,
lentamente la mueve.
Cierro los ojos. Llega
la brisa, gira las hojas,
roza mis sienes. Abro
nuevamente los ojos.
En la pared anida
la tarde oscura. Nada
visible lata, rueda.
Callan el mar y el campo.
Muy despacio se mueve
el corazón, señala
las horas de la noche.
Lucen las estrellas.
Vive por él un muerto
que ya no tiene rostro;
bajo la tierra yace,
como el vivo, esperando.
Francisco Brines