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[LE DETUVO LA NOCHE]

Le detuvo la noche,
la transparente oscuridad del cielo
caía en la colina.
Sintió en el pecho el bosque,
la fuerza incontenible de su altura,
y el paso de la sangre.
El hombre es una fuente, se decía,
cerrada, más oculta
que el fuego de la tierra.
Y miraba las luces,
la ciudad esperaba su regreso.

Amó feliz. Lloraba.
Y oyó. Iban los aires por las hojas
altos, locos los grillos,
y oyó el empuje de su sangre, fuerte
como un golpe de mar.
Oyó la lucha sorda de la luna
penetrando en el bosque, más arriba
el roce delicado de los astros,
y abrió los brazos, y ensanchó su pecho
desolado, nocturno,
y le invadió la tierra,
y el bosque, el viento, le invadió la madre.
Y tuvo buen sabor de su regreso.
Después miró sus manos
grandes, fieles, desnudas,
y en ellas ocultó su quieto rostro.

Presentía ya el alba,
y libre, alzó la voz,
dejó su grito en el azar del viento,
se pobló la colina de rumores
estremecidos, largos.
Lejos, dormida, la ciudad temblaba.

autógrafo

Francisco Brines


«Las brasas» (1960)
Poemas de la vida vieja


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