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        A MAGARIÑOS CERVANTES

(CON MOTIVO DE SU COMPOSICIÓN «MIRANDO AL CRUCERO»)

                        I

El mundo abandonó... Trepó el poeta
            La escala de los soles...
Polvo de eatrellas salpicó su frente,
Y leyó, escrito en esa niebla ardiente.

Lo que el mundo olvidó; (que si en el suelo
Olvida a Dios la ciega criatura,
Para cantar su gloria hay una altura;
Para escribir su nombre existe el cielo.

¡Oh, bendita la boca que te inspira
Y bendita tu fe, bardo cristiano!
Tu lira estremeció mi muerta lira
Tus pasos seguiré..., dame la mano.

Llévame donde fuiste; lejos, lejos;
Donde aspire esa atmósfera de soles,
Donde sienta en el alma los reflejos
De esos lampos de eternos arreboles.
            Vamos, poeta amigo.
            Quiero subir contigo
A arrebatar su luz a las centellas
A descifrar del cielo los arcanos
Y a trasmitir, escrita con estrellas,
La doctrina del Cristo a los humanos.

                        II

He aquí la inmensidad... Canta, poeta....
Ya veo lo que tú: trozo perdido
De un astro, entre los siglos despeñado,
            Se arrastra confundido
Nuestro globo infeliz. Desesperado
            Por los espacios voga
En mar revuelto de indecisa niebla,
            Que lo absorbe y lo aboga
Y de crien y horror su esfera puebla.

¡Qué pequeño, poeta, qué orgulloso
Arrastra su cortejo de miseria!
Cómo ahoga el horror de la materia
            Ese sello glorioso
Que rutila en la frente de sus hijos;
Esa cruz que, arrancada de los cielos,
A esta raza raquítica y proterva
Le legara la fe de sus abuelos!

¡Oh! déjalo rodar. Sin el Dios-Hombre,
            Sin su eterna doctrina,
            Sin culto en los altares,
Al caos de las almas se encamina,
Apagados sus santos luminares.
            Allí la sociedad rompe los lazos
            Que a su Creador la ligan;
Ocupa su lugar la hiena atea,
Y en la noche sin Dios de la conciencia,
Apenas si un fulgor que llaman ciencia,
Con fosfórica luz chisporrotea.

Se estingue allí el hogar, sin que en su torno
Se alce el aroma de paternas preces;
El hijo no está alli; la madre llora
Y, en el mártir santuario de su alma,
Esconde su dolor que la devora.
La juventud, que al horizonte ardiente
De eterna lumbre y pabellón de soles
Debiera alzar la generosa frente,
Inclina la cerviz desfallecida
Cansada de buscar entre la muerte
Esperanza y calor, aliento y vida.
Y en pos de fuegos que en el aire forman
Tibias fosforescencias e impalpables,
            Corre desatinada
A aspirar en su aliento envenenado
Hielo, desilusión, miseria.... nada!

Se apaga su calor, su ardiente anhelo,
Con él, de nuestra patria la esperanza,
Con ella, el porvenir de bienandanza.
Con este, en el zenit la luz del cielo.
Reina por fin la noche de las almas...
Hela alli, sin creencias, sin altares,
Sin tibia luz de santos luminares,
Que el soporoso sueño de la duda
Con rayos de una aurora revelada
De los réprobos párpados sacuda.

En todo confusión, crimen, locura,
Torbellino de seres imposibles:
            Risas, llantos, gemidos.
Que flotan confundidos,
Sin que de Dios el sacrosanto yugo
Separe de la víctima al verdugo.

Y entre locas palabras sin ideas,
Cantos de libertad y tiranía,
Prosigue en su vaivén desatinado
            Por la extensión vacía.
El globo de su centro desgajado.
En medio a ese revuelto torbellino.
Oigo tu voz, poeta; alzo la frente
            De ese abismo profundo,
Y en el cielo la cruz tiembla fulgente,
¡Con los brazos abiertos sobre el mundo!

El alma inunda su fulgor divino
En albores de eternas esperanzas,
            E, inclinada la frente,
Presiente el corazón las bienandanzas
De un futuro de fe resplandeciente.
El tiempo llegará, poeta amigo,
En que el mundo, doblada la rodilla,
Llorará de la cruz el torpe agravio.
Y acatará su leño sin mancilla
Trémulo el pecho, balbuciente el labio!

Alcemos entre tanto, bardo amigo,
Los ojos al zenit; la cruz rutila;
Tiembla de amor a nuestra dulce América,
Aunque su luz parece que vacila.
            Alcemos entre tanto,
En son de acatamiento y de plegaria
Juntos, poeta, nuestro acorde canto.

La sociedad se agita descarriada
«Acaso más enferma que culpada».
Tú cumplirás con tu deber excelso
De cantar la doctrina del Calvario.
            Yo, seguiré tus huellas,
Y aprenderé con ávido entusiasmo
Los salmos que te dicten las estrellas.

13 de Febrero de 1879

autógrafo

Juan Zorrilla de San Martín


Juan Zorrilla de San Martín  

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