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        APROXIMACIÓN POÉTICA A LA MUERTE

«Y esos muertos quisieran un gabán
para arropar sus sueños bajo tierra»

(Demetrio Korsi: "Sinfonía en gris")

Fuimos al cementerio, ¿recuerdas?, a visitar
la tumba de tu hermano.
El cementerio situado en las afueras del pueblo,
a la orilla del mar, como un puerto de extravío.
Mi vida está llena de esos montoncitos de tierra descuidados,
de esos herbazales furiosos
que le disputan el sustento a los muertos.
Por aquí y por allá vagaban, entre los escombros de las tumbas,
crujientes cangrejos blancos, como hechos de cartílagos
hambrientos.
Me miraste entonces, pensando quizás
en cómo luciría junto al polvo, descarnado.
Tus labios me rozaron la mejilla
en un beso helado y compasivo.

Te sonreí entonces en señal de asentimiento y comprensión.
Me recuerdas a mi madre en lo más profundo de tus ojos.
Mi madre era alta y bella;
cuando muera, suplicaba, no me entierren en el pueblo,
en ese horrible cementerio.
Yo he visto marejadas espantosas
sacar los huesos de sus tumbas,
desparramarlos por la arena con la espuma bisbiseante.

De noche la muerte se hace con la voz del mar
quebrándose en los riscos.
Todo enmudece lleno del ser perdido
y se empapa de su extremoso aliento.

¡Ay! que solo me han ido dejando
todos estos años de separación;
todos los parientes que se me han muerto
en los postres de aquellas cenas fabulosas;
las veces que han pintado tu casa y la mía,
mi casa, mi bella casa de madera
ahora convertida en hotel.
Cuando paso cerca de su mole de sueño,
pensamientos sin sentido
oscurecen el presente:
Regla de tres compuesta y los viajes de Colón.
Quebrados y las partes del cuerpo humano.
Una victrola quejumbrosa y portátil
Y las canciones aquellas que se cantaban con los bronquios.

Todo se ha venido de la mano a tus rodillas
y en tus muslos de aclaran los temores.
Aquí de la guitarra y las lecciones de dibujo
y Josefina Guzmán en tiempos del serrucho.
André Bretón y la escritura automática
y la poesía verdadera en cuya busca nos perdemos
y el verso en cuya espera
gasté los años del amor.
(Cada vez más distante, más distante,
brillante y limpio de pura lejanía
y en tanto el sueño afirmaba en mis entrañas su dominio).

Alcemos las manos sudorosas
para que de lleno les dé la luz crepuscular
que aflige el fondo de mi alma
con esta perspectiva de cruces,
de cercas de madera, de marismas sibilantes.
Cada nombre es más dulce que el otro,
más dulce, y estos límites cenicientos
no pueden contenerlos.
De ahí la plácida melancolía que agita el viento
junto a nosotros.
De ahí la fuga deliciosa y el fuego ambiguo
que sientes en el pecho.
En serio: la muerte nada significa
si uno puede vaciar hasta el mismo fondo
el calor del alma y el calor del cuerpo;
si con ellos podemos hacerle un hijo varón al tiempo.

Pero mira aquí, allí, detrás de ese tronco podrido,
esa lápida mohosa: mil ochocientos sesenta y...
¿no sientes como un brillo santo el arrobo,
la gracia de no sé cuantas ansiedades;
la bondad, la solicitud,
los celos sin sentido, el chotiss de largo alcance,
la voz precisa y grave
y un poco de cansancio satisfecho?
Así será conmigo.
Y tú alzarás una valla contra el viento
y la marea.
Y vendrán los meses de sequía
a quemar las silvestres margaritas.
Y el invierno aislador de voluntades
a remover la tierra húmeda,
a dejar su pala fría junto a mis huesos.
De mi corazón se extenderá a la playa
una azul fosforescencia exacerbada por la espuma,
una alondra misteriosa,
un suspiro delicado.

Y dentro de muchos años, en el mismo sitio,
un poeta joven y pálido y enamorado,
vendrá a meditar en la esencia de la muerte y de la vida,
en la esencia del amor y del olvido;
y escuchará venir del viento mi voz desfigurada por la espera,
y en el túnel resonante de su alma sentirá
encadenarse una a una las sílabas melodiosas
de ese verso suspirado.
Y tú estarás allí también, en los pliegues
más profundos de las letras, en el mismo seno
de la yámbica, celestial dulzura,
amada hasta el silencio y la locura.

Mira cómo sube al cielo el halo dorado y yerto
de la tarde.
¿No sientes ovillarse bajo ese montoncito de tierra
un cuerpo adolescente?
¿En qué otra tumba se agitará el término de su abrazo?
Así de noche nos ceñíamos desnudos en tu lecho,
y quizás la muerte también se ovillaba a tu lado,
entre las sábanas,
como un adolescente temeroso,
y así, nos perdíamos de placer los dos, los tres,
unidos por el miedo y por la edad.
Ay, mi pobre amiga! ¡Ay, mi pobre amiga:
Qué solo me estoy quedando! ¡Qué solo me estoy quedando!

El viento seguirá con su clamor de bronce
por el espeso tejido del palmar
y por las vivientes islas irán de nuevo
oscuros hombres de abordaje
al amparo del sueño y de la sombra.
Naves cargadas de legajos polvorientos
surcarán la mar en altas horas de silencio.
El rey de los chánguinas decapitado
rondará los higuerones.
Los colgantes puentes de los astros llegarán a escarcha
de rumores con la luna en la visión lesbiana del jardín.
Y el capitán negrero le sacará la lengua al tiburón sediento.
Princesa desnuda de carnes platescentes:
el cielo se cebará en tu cuerpo
te tapará la boca el paraíso.

En tanto, volvamos a las tumbas
y al dibujo profundo y grave de la luz.
Volvamos al silencio rebosante de seres contenidos.
Volvamos a la tristeza que te embarga esta tarde renacida.
Volvamos a los excesos del crepúsculo
sobre las aguas de la bahía.
Volvamos a la muerte
y a la comprensión poética de la muerte
y a la explicación un tanto pobre
que escuchas deslumbrada.
Debes sentirte libre de temor.
Quisiera darte un poco de mi paz.
Quisiera darte a comprender la razón del cielo,
la razón de Dios que nos escucha pensativo;
la razón del ángel de la guarda
y la razón del polvo, la delicada razón del polvo
que ya no puede más.
Quisiera darte con detalle las razones todas
del inmenso orgullo que me ciega,
y por qué de pronto adquiere un sentido luminoso y alto
la vida de ese idiota, de ese pobre loco
que en vida sólo habló con tartajeos broncos y babosos,
y cuya tumba se ha cubierto de jazmines,
de margaritas prodigiosas;
decirte del abismo que alumbró tu hermano;
de la difteria que arrebató a la niña,
y cómo, en el mismo instante de su muerte,
Dios se asomó a la vida por sus ojos
soñolientos y cansados.
Hablarte de todas estas cosas que parecen
profundamente misteriosas y lejanas;
pero que son sencillas, simples y sencillas en el fondo;
y cuya verdad a veces tú vislumbras en el resplandor del sueño,
en esa luz que llega a ti dudando,
arrastrando su claridad terrible
por entre mozos que desnudó tu infancia,
toallas sanitarias, espejos rotos, gatos negros,
zumbidos que ensanchan hasta el infinito
el infierno negro de tus párpados cerrados,
fantasmas quejumbrosos y modestos
en cuya frente brillan los chirridos
y ciudades superpuestas en la sombra helada
llenas de malicia y de sangre.

Quisiera yo que en esta charla rayada de símbolo
se te diera el mayor tesoro,
el mismo tesoro que acumulé en una larga
y corta vida de éxtasis y desengaño;
el tesoro que escondí del malo y la codicia,
del voluptuoso, del sabio, del cantor a secas, del rico,
del pirata, del sacerdote, del poderoso,
del hombre de la vida
y las "mozas del partido".
Quisiera yo romper los tirantes lindes,
el duro cerco de palabras
que me separa de tu ser amado
y me condena a pasar a solas la larga y oscura
noche de mi espera atormentada.
Que escucharas con atención y pusieras todos tus sentidos;
que en lo alto el cielo confirmara su belleza
y tú pusieras el alma a ras del silencio de esos muertos,
a nivel de su atención sin mancha.
Mas sé que es imposible llegarle con discursos
al mismo corazón.
Sé que es inútil la palabra
si el que escucha no se ha limpiado antes
de toda alegría y llanto.
Si no ha renunciado al dolor
y a la congoja,
al placer siniestro y risible de la sombra
y al gusto amargo de la danza y la canción.
Si aún espera de los números la respuesta,
del olvido la paz,
y de la noche el sueño.

Tal vez he llorado un poco de tristeza.
La muerte me ha abierto todos sus secretos,
todas las puertas que le cerró a la ciencia
y a la bruja,
y el corazón me pesa de tanto que se me va perdiendo
con las sombras de esta noche que se viene encima.
Estoy sereno: las horas del aullido y del crujir de dientes
se han ido para siempre.
Estoy dispuesto a cualquier extremo,
la mirada fija en las simas reveladas,
valiente el pecho y el rostro erguido.
Estoy dispuesto a afrontarlo todo
y a decir un SI grandioso a todas las formas
que vuelvan a la luz desde el vacío.
En el confín del viento el caracol me espera
y las manos me tiemblan de impaciencia;
pero me siento melancólico, lleno de renunciación
y desesperanza por esta paz que no he buscado;
por estas tumbas que se alzan en mi vida;
por esas nubes llenas de parientes idos
y por Lulú, la abuela de los ojos duros
que tomaba ginebra con gotas amargas para aliviarse la sordera;
y por Tomás, el de las minas de oro y el bigote recortado
y por el tío Juan, viejo y nostálgico, con dedos amarillos,
y tantos tantos que me ahogo de silencio
y las lágrimas me suben a los ojos,
y recuesto la cabeza en tus muslos maternales,
en tanto Edipo me hace guiños maliciosos,
relámpagos azulados
que suben desde el fondo del abismo
que cercan mis párpados cerrados.

Frente a la muerte sólo morirse cabe,
sólo el recogimiento nos dará su clima desmedido y cruel.
"Perchance to dream"; mas no habrá sueño que nos valga
"en ese sueño de la muerte" del pobre Shakespeare;
no habrá visión que nos devuelva el ojo
a sus delicadas superficies ni a sus honduras plenas;
ni senos que nos lastimen lo bastante hondo
para darle al corazón la sombra de un latido.
Al sexo se lo tragará la tierra.
Y sólo del calor que los otros sientan en la noche,
del calor que recogerán del aire,
del calor del alma y del calor del cuerpo del que hablaba,
volveremos a estar en el reino dulce de las cosas,
en el reino dulce de los celos y del cambio
y en la belleza impura de las islas y del verso.
Por eso, dame la mano y callemos la esperanza
y los temores viscerales, húmedos y oscuros.
Dame la mano, la mano tierna y fina
ya señalada por la noche.
Callemos la sencillez meridiana del misterio.
Dejemos a las gentes en su temblor mortal;
dejemos que hablen de la nada, de hogueras infernales,
de almas en pena, de castigos tomados por la eternidad al
tiempo,
del crujir de dientes,
de la resurrección de la carne,
del premio celestial al bueno y al sumiso,
del juicio final,
y también a los otros, a los de la reencarnación,
y a los sabios que dicen que todo se acaba con la vida.

Frente a la muerte sólo morirse cabe
y al muerto sólo le queda
gozar su muerte en paz.
Sólo le toca hartarse de su muerte
por toda la eternidad,
sin interferencias, sin testigos
ajenos a la muerte,
sin oraciones de dudosa eficacia,
sin crespones negros, sin novenarios,
sin tazas de café y sin coronas insultantes.
Frente a la muerte sólo morirse cabe,
sólo el recogimiento nos dará su clima desmedido y cruel.

¿Y los que vuelven a la vida?
¿Los que vuelven a la vida y encuentran
su alcoba ocupada por extraños,
y que el hermano menor le usa los zapatos,
y que a la novia le ha vuelto el color a las mejillas?
Ya su sustancia se le ha restado del mundo cotidiano,
y la sombra del árbol
y los jardines blancos no se conforman a su presencia,
y habrá de sentirse rechazado delicadamente por las cosas
y por las parejas que se estrujan en la noche.
Estoy de más, se dice abrumado de nostalgia,
estoy de más, estoy de más.
Y volverá de puntillas al panteón,
y en tanto, otros huesos ocupan ya su tumba
y otro muerto se alza entre él y el silencio
que es la verdadera esencia de este mundo y de los otros.
Ahora sí que estoy solo, pensará, ahora sí que estoy solo,
solo en la vida y en la muerte.
Y arrebujándose de sombras sin sentido,
se dejará tragar por el frío tenebroso de la noche.

Por eso, dame tu mano y callemos
las visiones que se acercan desventradas.
Frente a la muerte sólo morirse cabe.
No debemos resistirnos al impacto terrible.
Déjate arrebatar por el silencio
y lo demás se te dará por graciosa añadidura.
Dame la mano y callemos
las promesas que se ensañan en nosotros.
Démosle un adiós grave y melancólico
a estas cruces, a estas tumbas,
a este cementerio situado en las afueras del pueblo,
a la orilla del mar como un puerto de extravío.

Dame tu mano y vámonos,
vámonos al pueblo, a tu casa, al calor de mis muertos,
a copular al amparo de la noche,
del silencio, del olvido y del miedo.

Bocas del Toro, julio 1952

autógrafo

Tristán Solarte


Aproximación poética a la muerte, otros poemas (1973)

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