La ciudad es un monstruo de fauces entreabiertas,
feroz depredador de encrucijadas,
mastodonte cruel y apasionado,
despiadado y amante.
La ciudad es un viento de paredes
que forman laberintos de asfalto y decepción.
La ciudad es un gato escabulléndose
tras la negra trinchera de un cubo de basura.
La ciudad es un contrabandista
de luces de colores que incitan a la vida.
La ciudad es tristeza derramada
sobre viejas aceras y adoquines que brillan
al peso inconsistente de la lluvia.
La ciudad, esa máscara doliente.
La ciudad es silencio de unos pasos,
son voces desatadas que atruenan las callejas.
La ciudad es refugio, estercolero,
es un perro sediento y peregrino,
un viejo que medita su cansancio
y un viejo que camina sin caminos;
vendaval y quietud, bares cerrados,
soledad, agonía y esperanza,
noche y día, amor y desengaño.
Hija de los esfuerzos de los hombres,
pervive maternal y milenaria.
Es un ángel perverso de labios anhelantes.
La ciudad, la ciudad es una diosa
posesiva y ansiosa, entregada y cautiva.
Sergio Borao Llop