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Y DE PRONTO, EL ABISMO

Ya lo dirá la luz. Sólo la luz.

Manuel Padorno

Era tal vez la noche.
Caminábamos juntos por la orilla
bajo la luz tan clara, tan sin sombra,
del árbol blanco.

Yo, en silencio, intentaba escucharte,
mas ya no era tu voz
sino la blanca luz la que me hablaba.

            Acompañando al agua en su descenso
la luz del árbol de la sal
tiñó de blanco las turbulentas olas
de la tormenta aquella
y se acercó de pronto a los alrededores
de la palabra aislada,
nacida en la penumbra del otoño del mar.

Espuma herida por la miseria
de los ahogados a causa de la duda,
a pesar de la sangre derramada
abraza el silencio de los fondos
e ilumina el frío de las rocas de las profundidades.

Y en la soledad de la palabra nueva,
rodeada solamente de sí misma
—un atisbo de vida, una esperanza,
un alba pálida, nada y todo, espejo de su espejo—
allí, en el mayor sosiego, recita su poema:
las agónicas ascuas de un profundo silencio.

Entró el silencio a borbotones
inundando los solitarios mares
de palabras no dichas.

Todo sería después quietud:
tu soledad y la mía
naufragando en la soledad nuestra.

Cuando la soledad rondaba,
el silencioso ágape de la melancolía
se adueñaba del mundo.

Un cielo triste,
más abatido aún que éste de hoy,
oscurecía a la sombra
de una insondable nube
y llorábamos juntos a la espera
de la luz desprendida desde el profundo abismo
de los restos inertes de aquel sueño.

Con la desdicha amarga
de aquel que tiene el alma
carcomida por sueños insepultos,
con el ansia calmada,
te sueño en la palabra y en la vida.

Eres nada, eres la nada
Y, apenas impalpable, lo eres todo.

Si he de abandonar todo
será después de haberme acomodado
las enceradas alas y levantar el vuelo
sobre la ciudad triste.

Más allá de la lluvia, sólo será el hastío.
Ni un solo día distinto.
Ni una sola batalla digna de ser contada.

Nacerán goteantes las alucinaciones
bajo una sombra alada cada vez más escasa
y al fin sólo el sol creciendo lentamente.
Inabarcable.

Esta es la guerra de la desesperanza.
Alguien debe morir
antes de que amanezca.

Yo no veré el cadáver
cuando despierte el día.

Cada instante
más lejos la palabra.

Más cerca el fin.

Me lanzaré al abismo
y, desde la impotencia,
tú me verás volar
hacia los más oscuros
rincones del tiempo.

Sé que una blanca luz,
apenas un destello,
alumbrará mi paso a las tinieblas.

¿Es el mismo vacío
que soñábamos juntos?

Todo silencio al fin.

Soledad de las sombras
de la postrera noche.

Silencio y soledad.

Sólo el insomne gallo
esperará el mandato de la aurora,
si es que despierta el alba.

Todo es incierto:
isla, espacio, ciudad
palabra, mente...

¿Es esta incertidumbre,
invasora de todo lo que soy,
quien da sentido a cuanto me rodea?

Sólo soy dueño de la evidencia de lo incierto.

Francisco Suárez Trénor


«Poemario de la desesperanza y la certeza» 2002-2005

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