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  CANTO A LA VIDA Y A WALTER WITHMAN...

                        I

Noto que me toma un delirio arrebatador de vida.
De pasión incontrolable.
El rayo de sol atraviesa mi ventana y me hace suyo.
Libre y radiante.
Puro de energía...
Empapando de luz el mundo entero...
¡Todos los átomos del aire,
toda la fuerza del cosmos,
todo el flujo natural del universo.
Las estrellas y los vientos...
TODOS se introducen en mis venas.
Estallando todos juntos y esparciéndome en pedazos,
por aceras populosas y por páramos floridos,
por las vastas praderas de las montañas
y las aguas inquietas de los arroyos.
Por el cielo y por la tierra.
Por el aire...
Soy infinito y eterno...

Los suspiros me despojan de los sueños solitarios
que navegan por el alma...

Pronto tendré que dejarme...
Abandonarme a mi mismo y a ti,
VIDA bella y enigmática.
Dejaré todos mis versos para aquellos que se quedan
y me iré con mi tristeza...
Embriagado de cantares que me llevo para siempre...

¡Dios!
¡Cómo se ama el rayo de luz,
la gota de rocío, las almas hermanas,
el grácil suspiro que escapa travieso buscando el viento,
el cálido aliento del pecho amigo...!
¡Cómo los siento míos!
¡Parte esencial de mi ser!
¡Y cómo se van poco a poco disipándose en las sombras
de los segundos perdidos!
Ocultos ya tras la cima inalcanzable
que lucha entre nieblas buscando la luz...

Y abandono poco a poco la materia,
pegajosa e inservible.

Ya me apago...

                        II

Ya me apago...
Y no se porque mi mente, viaja en vuelo delirante
hasta el porche de una casa de madera.
Y una mano ya curtida y una imagen me despiden.
Y un alma anciana y bondadosa me regala una sonrisa
llena de arrugas y barbas de lino...

Ya me apago...
Adiós viejo de aura rutilante,
que te meces patriarcal sobre tu hamaca
sosteniendo con firmeza tu cayado.
Adiós hombre de bondad inmensa.
Dios que dejó sobre la tierra sus tesoros regalados a los HOMBRES,
en las yerbas de sus versos...
Adiós...
Poeta de TODOS.

Quizás mi mente me haya traído hasta aquí
en afán desesperado por buscar un escondite,
último y placentero,
que devuelva ese delirio de furor incontrolable
un instante hasta mis venas...
Que me impregne de pasión como tus versos...

Ya me apago...
Abandono ya este sueño de haber vivido...
Voy a estrecharte la mano, viejo...

Febrero de 1998

César Fernández Rollán


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