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Queda un rastro de mí
en aquel trozo de plata
—va creciendo—
de la cuchara con que agitas la vida,
un café luminoso que compartimos alegres.

De todo queda un poco.

De mi queda un borroso reflejo
que se enreda
en el último espejo dulce
que saboreamos también juntos:
azúcar esparcido en una súplica infantil,
oscura la palabra, rota al viento,
y el labio mudo,
la mirada en otra parte.

Poderosa pupila la nuestra
arrancándole al alma cada cosa,
pasando por nosotros
luces, nieblas y pecados
en una lenta procesión de caramelo.

Y el corazón golpea en nuestro espejo,
que no renuncia a su sonrisa de chocolate:
esa boca pequeña que pronuncia
y se ahoga en su propia palabra.
Esa pulpa dorada
de redonda compañía,
esa luz interior que llevas y no llevo.

¡Qué fácil es vivir
cuando todo lo amado
se concentra en un color:
el marrón dulcísimo del chocolate de la vida!

Madrid, 19 de diciembre de 2004

Bernardo Bersabé


Bernardo Bersabé

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