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CURIOSA Y VERÍDICA RELACIÓN

    En un entreacto de un drama,
Parto de mi humilde ingenio,
Pasé yo desde el proscenio
Al camarín de la dama,
  (Galante solicitud
Que a toda mujer halaga...,
Aunque alguna vez se haga
De necesidad virtud).
  Yo, como hombre ya formal,
Y atento, y de buena fe,
Un cumplido improvisé
Con pujos de madrigal.
  Y luego que, sin desliz,
(¿Soy yo acaso algún bodoque?)
Apliqué el felix utroque
A la mujer y a la actriz,
  En conversación amena
Ella y yo y los concurrentes,
Departimos elocuentes
Sobre el arte de la Escena.
  Quién, aborreciendo el yugo
De los clásicos preceptos,
Encomiaba los conceptos
De Dumas y Víctor Hugo;
  Proscribía otro aristarco
A quien no sigue la huella
Del azote de Comella,
Moratín, alias Inarco;
  Y otro reputaba a todos
Dignos de tan noble liza,
Lope, Schiller, Gorostiza,
Cimbros, lombardos y godos.
  Alguien, con risita falsa,
Picó en la murmuración;
Que es fría conversación
La que no aviva esta salsa;
  Y el estimulante ejemplo
Siguieron otros, por bulla,
Con tal cual donosa pulla
A los ausentes del templo.
  Ni de colegas y hermanos
Ilesa quedó la fama;
Ni faltó algún epigrama
Contra Oriente y Jovellanos.
    Yo, que veía algún riesgo
De pecar contra el Decálogo
Si así proseguía el diálogo,
Procuré darle otro sesgo.
  Diserté sobre Cervantes,
Y noté que me escuchaba,
Cayéndosele la baba,
Uno de los circunstantes.
  «Yo trato mucho a ese quídam,
Mas quién sea no recuerdo;
Que en punto a nombres soy lerdo
Y a docenas se, me olvidan».
  Y tras de este soliloquio
Creo deber en conciencia
Hacerle una reverencia
Llámese Luis, Juan o Eustoquio.
  Y el extraño personaje,
Que atento oía mi plática,
Con sonrisa muy simpática
Me devuelve el homenaje.
  Luego que de hablar concluyo,
Yo, que tengo el vicio charro
De fumar, saco un cigarro...
¡Cata al quídam  con el suyo!
  Y encendidas a la par
Las cerillas subitáneas,
Fueron también simultáneas
Las bocas para chupar:
  Toso, y tose aquel abanto,
Que instinto igual nos gobierna;
Cruzo pierna sobre pierna,
Y el prójimo hace otro tanto.
  Como el tiempo estaba crudo,
Yo estornudo, y, a la vista,
En lugar de un ¡Dios te asista!,
¡Zas! me gira otro estornudo.
  ¿Quién vio, dije para mí,
Un simio de tal estofa?
Eso ¿es simpatía, o mofa?
Ese ¿es hombre, o maniquí?
  Y fulmino al caricato
Fiera vista, airado zuño,
Y ya esgrimía mi puño
Retándole al pugilato.
  Pero, de saña beodo
No menos que yo lo estaba,
También su actitud fue brava,
Conforme a la mía en todo.
  Iba ya a pedirle cuenta,
Ardiendo en sed de venganza,
De aquella grosera chanza
Que era para mí una afrenta,
  Cuando, ¡pecador de mí!
Veo que es mi efigie propia,
Que mudo un espejo copia,
La que me irritaba así.
  Declaro a la reunión
El quid pro quo —soy sincero—
Y a todos, y a mí el primero,
Dio risa mi distracción.
  Mas reflexionando un poco,
Bien que mayúscula fue,
Yo a mi modo la expliqué
Sin convencerme de loco.
  Tiempo ha que no me deleitan
Los amorosos engaños,
Y enclenque, y con muchos años,
No me afeito ya; ¡me afeitan!
  Esta cara nunca bella,
Hoy debe de ser fatal;
Por tanto, es ya muy casual
El tratarme yo con ella.
  Si mal la corbata va,
Porque me la ato sin ver,
O la arregla mi mujer,
O se queda como está.
  Exento, en fin, de livianos
Perfiles, sin ser adusto,
Conozco menos mi busto
Que el de muchos ciudadanos.
  No por la fisonomía,
No, sino por la conciencia,
Aquella antigua sentencia
Nosce te ipsum  decía;
  Mas para que acabe en punta
Mi ya prolijo relato,
Permita el lector sensato
Que le haga yo esta pregunta:
  ¿Qué mucho si en los abismos
De su propio corazón
Tantos los mortales son
Que se ignoran a sí mismos,
  Cuando en Madrid, ¡cosa rara!
Hay un trascordado viejo
Que la mira en un espejo
Y no conoce su cara!

autógrafo

Manuel Bretón de los Herreros


Redondillas VI

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