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  AL DOCTOR GREGORIO DE ANGULO, REGIDOR DE TOLEDO

        EPÍSTOLA SEGUNDA
          (Fragmento)

Señor Doctor, yo tengo gran deseo
de escribiros mil cartas, si me diese
lugar la desventura en que me veo.

Que, puesto que el estilo no tuviese
aquella urbanidad, cultura y tropo
que a vuestro igual satisfacer pudiese,

por ventura en apólogos de Isopo,
de aquestos animales con quien trato
y de aquestas mandrágoras que topo,

os guisaría mi apetito un plato,
aunque no es jovial el genio mío,
que fuese tan galán como barato.

                        [...]

Criome don Jerónimo Manrique,
estudié en Alcalá, bachilleréme,
y aun estuve de ser clérigo a pique.

Cegome una mujer, aficionéme;
perdóneselo Dios, ya soy casado:
quien tiene tanto mal ninguno teme.

Yo fuera un sacristán por dicha honrado;
¿qué es sacristán? Y aun cura de mi aldea,
pero no era mi mal para curado.

Servir por lo seglar fue cosa fea;
pienso que si bonete me llamase,
de su sello me hiciese humilde oblea.

Un príncipe ¿qué piensa, cuando pase
sangre de Adán, mil siglos olvidada,
a la que algún barbero le secase

(porque ser más o menos colorada
es parte de salud, no es parte noble;
que la propia es virtud, no la heredada),

piensa que se crió para ser roble
de los blasones de su casa armado,
donde con fruto ajeno viva inmoble?

¿Piensa que solamente se ha criado
para comer capones y perdices,
y teñido de púrpura el pescado?

¿Para que traiga en ámbar las narices,
la tierna carne en la flamenca holanda,
los ojos en pinturas y tapices,

y dando el pulso a la lisonja blanda,
cuando tiene salud, entre mujeres,
comer en viernes lo que Dios no manda?

¡Oh tú!, que a todos en comer prefieres,
y sin sudor de Adán bebes y comes
Baco aromatizado y blanca Ceres,

cuando al balcón del ser mortal te asomes,
mira que para ser del hombre amparo,
y para que a tu cuenta su bien tomes,

Dios te crió de abuelo y padre claro;
que te pudiera hacer un zapatero,
no para ser estítico y avaro.

No fue tu ciencia tu nacer primero;
que hasta salir por la primera puerta
cualquiera se naciera caballero.

Después que, la cabeza descubierta,
te sirvan dromedarios y elefantes,
serás señor si tu virtud lo acierta.

Allí, cuando estrellado de diamantes
el pecho, como lámpara en cadenas,
te miren los ministros circunstantes,

si dieres honra, hicieres obras buenas,
diremos que eres sabio, noble y santo;
pero si no, que tienes alma apenas.

Mas ¿dónde voy con desatino tanto?
¡Cuán lejos del propósito me veo!
¿Por dónde volveré? De mí me espanto.

Paréceme que ya tendréis deseo
de que tratemos la mudanza vuestra,
que la dilato porque no la creo.

Gregorio, el amistad antigua nuestra,
sin disgustos, sin quejas, sin enojos,
el campo franco de mi pecho os muestra.

Por los cielos, el uno de sus ojos
hizo su curso diez y siete veces,
desde que os vi sin barba y sin antojos.

Pues si por el Carnero y por los Peces
pasó sin divertimos tantos años,
¿quién llamará mi amor costal de nueces?

Si viniérades vos por desengaños
de pretensiones o servicios hechos,
de los países bárbaros y extraños,

las manos mancas o los pies contrechos,
con fe de capitanes, que subistes
el muro con mil bocas a los pechos;

o si fuérades vos de aquellos tristes
lacayos de señores presidentes,
que van y vienen, donde nunca os vistes,

escribiendo a sus tierras y parientes:
«Agora dijo el Duque, agora el Conde;
hoy me miró, y ayer me habló entre dientes»;

nunca os dijera yo, Doctor, que adonde
los hombres sin remedio se envejecen,
y sólo en ecos el poder responde,

viniérades a ver lo que padecen;
mas para ver los toros en ventana,
linda fiesta las cortes me parecen.

Si vos amanecéis por la mañana
con esos años y tres mil de renta,
buena será la vida cortesana

para quien no visita ni contenta,
ni va a medir las losas de palacio,
ni paga de su entrada la pimienta;

para quien puede aquí vivir de espacio,
la variedad y confusión que tiene,
divina cosa, aunque le pese a Horacio,

¿qué importa la heredad que os entretiene?
Soledad es la Corte al que no pide,
ni a pretender ni amar ni a servir viene.

Quien en Toledo, como vos, reside,
y es regidor bienquisto, mucho deja,
si con la patria la quietud se mide;

que yo tengo de mí terrible queja
porque vine de allá; pero soy pobre,
y traje aquí mi aguja a sacar reja.

Pensé trocar en esta plata el cobre;
mas fue sacarme de mi amado Tajo,
pasarme de la dulce a la salobre.

Por vos no ha de correr este trabajo:
venid, veréis que puede en esta altura
vivir, si quiere, un hombre en lo más bajo.

No digo que no hacer será cordura
amistad con el príncipe y el sabio,
porque sin pretender será segura.

No despeguéis para pedir el labio,
ni sepan que sois pobre; que sin duda
ni aun de la silla os han de hacer agravio.

Las musas será bien (perros de ayuda)
traéroslas acá, para si acaso
de lo civil la plática se muda.

No habéis de decir bien de Garcilaso,
ni hablar palabra que en romance sea,
sino latinizando a cada paso.

Cada mañana vuestro paje os lea
a Flores poetarum, y estudialde,
aunque Chacón en Rodiginio crea.

Que a fe, Doctor, que no estudiéis de balde
si encajáis de Marcial la chanzoneta.
¿No tenéis a Escalígero? Compralde,

porque jamás pareceréis poeta,
si alguna paradoja o desatino
no les encaramáis cada estafeta.

Presumid por momentos de latino,
y aunque de Horacio están las obras todas
más claras que en seis lenguas Calepino,

traduciréis algunas de sus odas;
pero advertid que está en romance el triste.
Esto pasó en Granada, que no en Rodas.

Decid la propiedad del amatiste,
si Plinio traducido os la enseñare,
y del rayo y la nube que le viste;

y si de estilo heroico se tratare,
tenedme la Poética en la uña,
por mal que Robertelio la declare.

Tal vez una palabra, como cuña,
de hebreo y griego es cordial bocado,
y sea de Vizcaya o Cataluña,

que no la entenderán, y acreditado
quedaréis en extremo, como alguno
que tiene más de un príncipe engañado.

Diréis a mil preguntas, importuno,
en plática, de haber algún poeta,
latinos cuatro, y español ninguno.

Y advertid que el vocablo se entremeta;
verbigracia: boato, asumpto, activo,
recalcitrar, morigerar, seleta,

terso, culto, embrión, correlativo,
recíproco, concreto, abstracto, diablo,
épico, garipundio y positívo.

Jugaréis por instantes del vocablo,
como decir: Si se mudó en ausencia,
ya no es mujer estable, sino establo.

Que en la Corte no piensan que hay más ciencia
que hablar en jerigonza estos divinos
y andar con la gramática en pendencia.

Sacar ejecutoria de latinos,
siendo cosa de niños, hombres grandes,
¡qué triste estimación, qué desatinos!

Latín, señor Doctor, es pueblo en Flandes;
¿quién hay que en prosa a Cicerón no entienda,
y en verso al que nació entre Mincio y Andes?

De tópicos no hay hombre que los venda;
cánsese Cicerón o calabaza,
aunque la presunción corre sin rienda.

Finalmente, venid, daremos traza
en que no cubra vuestra musa olvido,
donde el ocio las letras amenaza.

Conoceréis al Borja, aquel que ha sido
de aquesta edad el más florido ingenio,
y al gran Tribaldos, de laurel ceñido.

Veréis sobre las cumbres de Partenio
el sol de Lemos, nuevo honor de Castro,
siendo su luz de nuestras musas genio.

Veréis con qué influencia de algún astro
felice escribe Tarsis, a quien Febo
esculpe en anaglifos de alabastro.

Veréis a fray Miguel, Propercio nuevo,
y por tan alto estilo, al de Salinas,
que le pruebo a seguir, y no me atrevo.

Veréis también las décimas divinas
del Apolo en servicio de Saldaña,
y a Dafne en hojas de esmeraldas finas.

Veréis aquel famoso honor de España,
el docto don Francisco de la Cueva,
que el monte de Helicón de cristal baña.

Veréis otro Francisco, que renueva
con más divino estilo que el de Estacio
las silvas, donde ya vencerle prueba.

Si aquí tuviera ingenio, si aquí espacio,
yo os pintara a Quevedo, mas no puedo:
que entré por el euripo de palacio.

Veréis a don Francisco de Quevedo;
no os quedará qué ver, si con él viene
Elisio, honor y gloria de Toledo;

y a Vicente Espinel, el que a Hipocrene
ha dado nuevo honor, y cuya fama
a Quívira llegó desde Pirene.

Ya por la vuestra todo el mundo os ama;
venid, que a recibimos Manzanares
su orilla de menuda juncia enrama.

Las ninfas os harán ricos altares,
yo villancicos, y Juan Blas los tonos,
que cantarán en voces singulares.

De nuestra voluntad serán abonos
la merced que os harán con tanto exceso
nuestros dueños, mecenas y patronos.

No le pidáis consejo a Valdivieso,
porque el maestro, con su ingenio raro,
contra mi amor fulminará proceso.

Dirá de nuestros lodos sin reparo,
y la falta de espárragos Gandío,
que ha de ser en bisagra santo Amaro.

Y dirá que le dan a nuestro río
dos secas en la fuerza del verano,
y que sólo el invierno tiene brío;

y que no habiendo albérchigo temprano
donde engañar moriscos, no es ribera
que la podrá sufrir un luterano.

Mil años guarde Dios la peralera:
que a no haber sacristanes en san Yuste,
nunca Madrid en su rincón me viera.

Digo que no me espanto de que guste
del conejo de en casa de Navarro,
como Chacón del marfileño fuste.

Decilde que el verano está bizarro
nadando entre las ninfas, mas que agora
son las cuartanas como pies de barro.

Por casas buenas y las nieves llora
alguno, que no dice lo que siente;
ese ángel, vuestra esposa y mi señora,
os guarde Dios, y estado y gusto aumente.

autógrafo

Lope Félix de Vega y Carpio


La Filomena con otras diversas Rimas, Prosas y Versos (1621)

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