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        AVE MÍA GRATIA PLENA

Abre la flor su tímido capullo
A las temperies del ambiente amigo,
Y la tórtola agreste con su arrullo
Anuncia ya la madurez del trigo.

El paisaje, algo adusto en su atonía,
De nuestro grave amor forma el emblema;
Los crepúsculos visten todavía
Un raso gris de distinción suprema.

Ese tono angustiosamente vago
Ahonda una tristeza nada ingrata;
El agua serenísima del lago,
Sensible como un cutis, se amorata.

Tras del sauzal desnudo que se encorva
Sobre ella, el cielo diáfano clarea
Su azul de frialdad un poco torva
Como las castidades de una fea.

Y la invernal beatitud se obstina
En dar, con su mutismo visionario,
A tu aquiescente luto de sobrina,
Una solemnidad de aniversario.

Mas la otra tarde, a la hora en que se esconde
El sol, y como en vísperas de ausencia
Las manos se unen más, no sé de donde
Nos llegó una floral evanescencia.

Elucidando tu ideal sin norma,
Su soplo, con tibiezas mortecinas,
Fue el invisible cuerpo que dio forma
Al flotante guipur de las cortinas.

En la umbrosa avenida que se aleja
Hacia quien sabe que misterio eclógico,
Evocaste la clásica pareja
De algún amable infierno psicológico.

Avanzaban los dos en la vislumbre.
Profundizando la íntima ternura
De tu piedad, con una certidumbre
Tan dulce de morir, que era ventura.

Y te dije —«¿te acuerdas?...» Y tus ojos
Me dijeron —«¿te acuerdas?»... Y un reproche
En que había más lástimas que enojos
En nuestra alcoba anticipó la noche.

¿Te acuerdas?... El salón vasto y seguro...
La estufa en que mermaban los tizones...
Lucían en el pecho casi oscuro
Su anodino esplendor los artesones.

Bajo las rigideces laceradas
Del severo brocado en desaliño,
Con la espontaneidad de las granadas
Maduras, se entreabría tu corpiño.

O bien tus manos, para dar, calmantes
Como el silencio, su beleño ambisruo,
Mecían, torturadas de diamantes
El alma de algún músico ya antiguo.

Y soñábamos góndolas discretas...
O en gárrulo sainete de amoríos
Pompones, bandolines y caretas
Preludiando corteses desafíos.

(La espada que a tu prez vidas tributa,
Y émula de Tizona y de Altaclara,
Vibra al acometer, fina y enjuta
Su alegre desnudez que el sol aclara).

O decíamos versos lentamente...
Cual lánguida doncella que investiga
El dilema de amor correspondiente
En la flor que deshoja con fatiga.

El noble vino de tu amor me diste;
Y en horas de abandono y de infortunio
Si fue mi noche tu mirada triste,
Fue tu blancura astral mi plenilunio.

Por presagios insólitos opresos,
Sombreamos de dolor nuestra delicia;
Y cuando ya el cansancio de los besos
Desazonaba la voraz caricia;

En cadencia obsesora te nombraba,
Para seguir, con mis arbitrios sabios,
Besándote en tu nombre que pasaba
En miel diminutiva por mis labios.

Y no me amaste más; en vano alcance
Perseguí tus quimeras, y aquel drama
Fue sencillo y veraz como el percance
De un vaso que rompe y se derrama.

Ese recuerdo, endecha de infinita
Tristura, ante las pálidas praderas
Que extasía la tarde, resucita
Con su remordimiento tus ojeras.

Tu faz se anega en lágrimas sencillas
Como los manantiales y el rocío;
Y el indulgente amor; en tus mejillas
Esclarece un crepúsculo tardío.

Sacuden su sopor viejas pasiones,
Como fieras magníficas y lerdas,
Y es la calma de nuestros corazones
Frágil silencio de estiradas cuerdas.

La noche, en la angustiosa lontananza,
A su tocado azur prende una estrella;
Tus manos, eficaces de esperanza,
Vacilan en rendirse a mi querella.

Y con la gran quietud, pone tu luto
Una inefable angustia en su poesía,
Porque en la indecisión de ese minuto
Pasa la eternidad, amada mía.

autógrafo

Leopoldo Lugones


Los crepúsculos del jardÍn (1905)

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