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      ELLAS Y ELLOS
        ROMANCE

Años ha que hay en el mundo
Reñidísima cuestión
Sobre cuál, de hombre y mujer,
Es en lo moral mejor.
Cada uno defiende el pleito
Pidiendo sentencia en pro;
Y a falta de juez que pueda
Fallar sin apelación,
Uno y otro litigante
Se proclama vencedor.
Satisfechos de este modo
Entrambos con su opinión,
Viven en tregua apacible
Hombres y mujeres hoy,
Y para el día del juicio
Se aplaza la decisión
Que a ellas y ellos manifieste
Quién acertaba y quién no.
Pero como a cada riña
Que tienen hembra y varón,
La suspendida contienda
Se renueva con calor,
Y es en circunstancia tal
La salida de cajón
Decirse ambos al sacarse
Todos los trapos al sol:
«Ustedes son los peores,—
Ustedes sí que lo son;»
Yo, sin ánimo de hacerme
De ninguno defensor,
Quiero agregar a los autos,
Por vía de ilustración,
Unos apuntes históricos,
Obra de ignorado autor,
Que hallé por casualidad
En un viejo cronicón.
   Cuando la alta Omnipotencia
La obra del mundo acabó,
Al poner a hombre y mujer
En su plena posesión,
Árbitro de su destino
Hizo al hombre el Criador.
Todos los vicios y males
Encerrados se los dio
En una caverna horrible,
Segurísima prisión,
De cuya puerta de acero
La llave al hombre fió.
Las virtudes y placeres
En tanto a su discreción
Dueños del orbe quedaron:
Edad venturosa, ¡ay Dios!
Y tanto más envidiable
Cuanto más breve pasó.
Tuvo una vez la mujer
El deseo tentador
De ver qué clase de gente
Guardaba aquella mansión;
Pues conociendo de trato
La paz, el gozo, el amor,
Quiso conocer de vista
Y oír un rato la voz
A la tristeza, la envidia,
La cólera y la ambición.
Cogió por desgracia un día
Al hombre de buen humor;
Cogiole luego la llave,
Y sin más meditación
Fue a la gruta, y para abrirla
La osada mano tendió.
Los firmes ejes del mundo
Se estremecieron al son
Que hizo la llave al girar
De su punto en derredor,
Abrió la puerta; los vicios
Salieron en pelotón,
Y tropezando de golpe
Con la mísera que abrió,
Hicieron en ella presa
Sin ninguna compasión.
El hombre, que estaba lejos,
Mejor al pronto libró,
Porque al fin sólo pudieron
Entrar en su corazón
Los vicios que, por salir
Con ligereza menor,
No hallaron en la mujer
Desocupado rincón.
Pero esta desigualdad
Pronto desapareció;
Pues llorando la curiosa,
Aunque algo tarde, su error,
En busca de su consorte
Guió la planta veloz:
Abrió el esposo los brazos;
Ella en ellos se arrojó,
Y al seno del hombre entonces
Pasaron sin dilación
Las demás calamidades
Con que la mujer cargó,
Heredando al abrazarla
Cuanta humana imperfección
Cifró en la naturaleza
La ley del Sumo Hacedor,
   De esta memoria secreta
Infiere el que la escribió
Que, a vivir hombre y mujer
Con total separación,
Quizá el hombre en ese caso
Fuera de ambos el mejor;
Mas como ella y él se tienen
Invencible inclinación;
Como es, a pesar de todo,
Ese sexo encantador
La maravilla que puso
Término a la creación,
Busca el hombre a la mujer,
Copia de ella lo peor,
Y así junta en su persona
Los vicios de ambos a dos.

1839.

autógrafo

Juan Eugenio Hartzenbusch


Juan Eugenio Hartzenbusch  

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