CUENTO PARA LA NIÑA TRISTE
¿Sabes tú?
Mi vida es como un canto que nadie ha de cantar,
pues tuvo las violentas inquietudes del mar
y el espejismo de la droga hindú...
Yo anduve errante, soñador proscrito,
un año, o veinte, o quizás cien,
y medí las pirámides de Egipto
y las murallas de Jerusalén.
Yo tuve más tesoros que los Zares,
y un diamante mayor que el Gran Mogol,
y en cada uno de los siete mares
me vio náufrago el sol.
Yo visité con tembloroso paso,
como quien rinde un fúnebre tributo,
la húmeda celda de Torcuato Tasso
y el oscuro taller de Benvenuto.
Yo busqué en los jardines de Versalles
la huella leve de María Antonieta,
y lloré por Ronaldo en Roncesvalles
y por Ícaro en Creta.
Y como fin de una aventura rara,
enloquecido por un astro hostil,
fui jeque de un aduar en el Sahara
y negrero en la Costa de Marfil.
Aún guardo en el cristal de una redoma,
para unir mis creencias y mis dudas,
un pelo de la barba de Mahoma
y una hoja del árbol donde se ahorcara Judas.
Tuve un corcel de resonante casco
que florecía en la llanura seca,
y mendigué en las calles de Damasco,
y oré en una mezquita de La Meca.
Y mucho más, que huyó de mi memoria
y que quizás no ha de volver jamás:
días de amor y odio, de fracaso y de gloria;
y mucho más... y mucho más...
¿Sabes tú? Quizás nada ha sido cierto.
Acaso únicamente lo soñé...
—o sé bien si dormido o despierto;
no sé...—
Quizás la vida que he vivido ha sido
tan abrumadoramente vulgar,
que inventé los recuerdos por no morir de olvido,
y nunca vi de cerca el mar.
Pero si sé que he naufragado en una
lágrima de mujer:
fue un naufragio romántico, a la luz de la luna,
y me quedé en el fondo, sin querer.
José Ángel Buesa