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VÍCTOR HUGO

¿Veis esas rocas negras, escarpadas,
Que la onda brava rebramando azota?
¿Por qué el nauta al pasar larga la escota,
Y en su esquife, de pie, tristes miradas
Las dirige, y surcando su faz ruda
Una lágrima acaso, las saluda?
Allí el viento, las alas espaciosas
De vapores salinos impregnadas.
Muge doliente en funeral tristeza;
Estallan con estruendo pavorosas
Las tormentas; la niebla fría y baja.
Velando de las sirtes la aspereza,
Pende a modo de pálida mortaja;
Turba el silencio de las playas solas
El eterno tumulto de las olas.
Invisibles clarines convocando
A oscuras guerras, bárbaras, extrañas,
Suenan del mar los monstruos sublevando,
Y las aves acuáticas, hurañas
Voltejean con ásperos graznidos
Sobre el piélago enorme, o zahareñas
Cruzan buscando los ocultos nidos
En las grietas musgosas de las peñas.

Vosotros, hombres libres, que sombríos
En vuestra romería dura, austera,
Tenéis solo una fe y una bandera—
Ante esos agrios riscos ¡descubríos!
¡Es Kidormur, es Guemesey!... ¡Bendita
        La hospitalaria tierra
        De la vieja Inglaterra!
Allá mora un Titán, Hugo allí habita,
Hugo de cuya frente majestuosa
Brotan vivas centellas, y que luego
De vencido a traición, no en los combates,
Logró salvar ¡empresa gloriosa!
Con su acendrado honor y sus penates,
De la alma libertad el sacro fuego.
Cuando en su ilustre patria perseguida
Tan solo en la conciencia halló guarida.

De la llama inmortal firme custodio,
La espada del arcángel esgrimiera
Más poderosa que el puñal de Harmódio.
Con ella el fallo bíblico escribiera
En caracteres ígneos, consagrados,
Que al opresor condena y a sus huestes;
Mientras sus labios que en mejores días
Supieron entonar himnos celestes
A la inocencia y al amor—tocados
De los carbones rojos de Isaías,
Los oráculos lanzan inspirados
Del porvenir, en graves armonías.
El águila sintiéndose acosada

Remontó hasta el Olimpo, y al Tonante,
        Soberbia, fiera, osada,
El rayo arrebató que fulminante,
        Con bríos soberanos
A la frente vibró de los tiranos.
Como aquel fabuloso personaje
De la tragedia antigua, Filocteto,
Que de Hércules las flechas poseía,
Y de vencer con ellas el secreto.
De Lemmos confinado en la salvaje,
Agreste soledad, cuando su ultraje
Vengar ansiando de dolor rugía:
¡Así el grande proscripto de la Francia,
        Con sublime arrogancia
A los nuevos Atridas desafía;
Llámalos a juicio, y humillados
Fueron en medio de su orgullo necio,
        De sus triunfos robados,
Por su profundo y colosal desprecio!

En el tiempo fijando la radiosa
Mente audaz, que su arcano nos alumbra—
En procesión solemne, portentosa.
Pasan ante él los siglos, y la Muerte
Al verle en la ardua cima a que se encumbra,
Cometa inmenso de la inmensa historia,
Que allí no alcanza con asombro advierte,
Y se postra vencida, deslumbrada
        Por la auréola sagrada
De su virtud egregia y de su gloria.

Galo de raza, de la heroica tierra
Que defendió Vercingetorix bravo
Contra el poder de César, en la guerra
En que el libre luchó contra el esclavo;
Del destino fatal en la balanza
Donde de aquel bastardos descendientes,
Ministros de odio, seides de venganzas
Arrojaron la espada, rudo emblema;
Él, revestido de grandeza suma,
Ciñendo de su genio la diadema.
Arrojó en contrapeso la áurea pluma;
¡A las sagradas musas se propicia;
        Prorrumpe en noble canto
        Y constelan su manto,
La libertad, la paz y la justicial
Del hogar de sus padres desterrado,
        Como hijo predilecto
        El mundo le ha adoptado,
Y en la alta frente del varón perfecto
Que es égida a sus dioses, exultante
La estirpe en él al recordar de Atlante,
Del pontífice magno colocara
Sobre el fresco laurel la excelsa tiara
¡Honrad, pueblos! al ínclito poeta
Que cantara el amor en su arpa de oro;
        Al augusto profeta
Que enjugó en su pendón el tierno lloro,
Y al tremolarle al viento en sacro rito.
Del ideal señala el horizonte,
Mientras trepando audaz de monte en monte
Nos guía victorioso al infinito!
        El tiempo raudo pasa,
Y cuando el ala fúnebre desplega,
        Así la flor doblega
Como las cumbres gélidas arrasa.
A la inmortalidad anticipaos;
Al genio que se cierne en las alturas
        Llevad ofrendas puras—
A sus aras brillantes acercaos;
Rosas allí enlazad con verde palma,
Y los fuertes, honrados corazones,
Que siempre hallara la verdad propicios,
Con la esperanza al recobrar la calma
La ofrezcan abundantes libaciones,
Y nobles y gloriosos sacrificios.

Cuando caiga el coloso, (aleje el cielo
El terrible momento), que su alma.
        Desplegando su vuelo,
Y confundirse en la armonía vuelva
De la naturaleza,—¡triste y viuda
De su numen la tierra a quien escuda,
Bramará el mar, suspirará la selva;
Y como antorchas dignas solamente
De sus grandes exequias, sus volcanes.
        En su dolor vehemente,
        Y en honor de sus manes.
Por el creador espíritu agitada
Que en sus entrañas vivido fermenta,
Encenderá algún día en sus misterios:

Entonces en entrambos hemisferios,
        Ya de sufrir cansada,
Himdirá en sus cenizas los imperios
De su trágica historia torpe afrenta;
        Y en su vasta ruina,
De la justicia eterna en luz bañada,
Levantará gloriosa y opulenta.
Navegando la esfera cristalina,
Al hombre libre en la ciudad divina!

autógrafo

Carlos Guido y Spano


«Hojas al viento» (1879)

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